—No soy una raj ada —dij e—. Y quiero ver m i dinero.
Brazil puso un billete de veinte baj o los últim os dos vasos, y después
gritó a sus com pañeros deequipo.
—¡Se los va a beber! ¡Necesito quince!
Todos gruñeron y pusieron los oj os en blanco m ientras sacaban sus
carteras para form ar un m ontón de billetes de veinte detrás del últim o
vaso de chupitos. Travis había vaciado los otros cuatro que había j unto
al decim oquinto.
—Nunca habría pensado que podría perder cincuenta pavos en la
apuesta de los quince chupitos con una chica —se quej óChris.
—Pues em pieza a creértelo, Jenks —dij e, con un vasito en cada m
ano.
Apuré am bos vasos y esperé a que el vóm ito que m e subía por la
garganta se asentara.
—¿Palom a? —preguntó Travis, dando un paso hacia m í. Levanté un
dedo y Brazil sonrió.
—Va a perder —dij o él.
—No, de eso nada. —Am erica negó con la cabeza—. Respira hondo,
Abby. Cerré los oj os y respiré hondo, m ientras cogía el últim o chupito.
—¡Por Dios santo, Abby ! ¡Vas a m orir de intoxicación etílica! —gri-
tó Shepley.
—Lo tiene baj o control —le aseguró Am erica.
Eché la cabeza hacia atrás y dej é que el tequila corriera garganta
abaj o. Tenía los dientes y los labios adorm ecidos desde el octavo
chupito, y había dej ado de notar la fuerza de los ochenta grados desde
entonces. Toda la fiesta irrumpióensilbidosygritos,mientrasBrazilmeent
regabaelfajodebilletes.
—Gracias —dij e con orgullo, m etiéndom e el dinero en el suj etador.
—Estás increíblem ente sexi ahora —m e dij o Travis al oído m
ientras caminábamoshaciaelsalón.
Bailam os hasta el am anecer, y el tequila que m e corría por las venas
hizo que m e olvidara de todo.