lón. Bailé con Am erica, después con Shepley, pero cuando Chris Jenks,
del equipo de fútbol, intentó bailar conm igo, Travis lo apartó tirándole
de la cam iseta y le dij o que no con la cabeza. Chris se encogió de hom
bros, se dio la vuelta y se puso a bailar con la prim era chica quevio.
El décim o chupito m e pegó duro, y m e sentí algo m areada cuando
m e puse de pie sobre el sofá de Brazil con Am erica, m ientras bailábam
os com o torpes estudiantes de prim aria. Nos reíam os por nada y agitá-
bam os los brazos al ritm o de la m úsica.
Me tam baleé y estuve a punto de caerm e del sofá hacia atrás, pero
las m anos de Travis aparecieron instantáneam ente en m is caderas para
sostenerm e.
—Ya has dej ado claro lo que querías dem ostrar —dij o él—. Has
bebido m ás que cualquier otra chica que hay am os visto. No voy a dej
ar que sigas con esto.
—Por supuesto que sí —dij e arrastrando las palabras—. Me esperan
seiscientos pavos en el fondo de ese vaso de chupito, y tú eres el últim o
autorizado para decirm e que no puedo hacer nada pordinero.
—Si vas corta de dinero, Palom a…
—No voy a aceptar ningún préstam o tuy o —dij e con desdén.
—Iba a sugerir que em peñaras esa pulsera —dij o sonriendo.
Le di un golpe en el brazo j usto cuando Am erica em pezó la cuenta
atrás para la m edianoche.
Cuando las m anecillas del reloj se superpusieron en las doce, todos
lo celebramos.
Tenía diecinueve años.
Am erica y Shepley m e besaron en am bas m ej illas, y entonces
Travis m e levantó del suelo y em pezó a darm e vueltas.
—Feliz cum pleaños, Palom a —dij o con una expresión am able.
Mequedémirandofijamentesus cálidos ojos marronesduranteunmo-
mento, sintiendo que m e perdía en ellos. La habitación se quedó conge-
lada en el tiem po, mientrasnosmirábamoseluno alotro, tan cercaquepo-
díasentirsu aliento enmi piel.
—¡Chupitos! —dij e, tam baleándom e hasta el m ostrador.
—Estás hecha polvo, Abby. Me parece que ha llegado el m om ento
de dar por acabada la noche —dij o Brazil.