¿Sabes qué? Me he cansado de esta conversación. Vam os a que nos
peinen y nos maquillen.Tecompraréunvestidonuevoportucumpleaños.
—Creo que eso es exactam ente lo que necesito —dij e.
Después de horas de m anicuras, pedicuras, de que nos peinaran, de
que nos hicieran la cera y nos em polvaran, m e calcé unos brillantes
zapatos de tacón amarilloymemetíenminuevovestidogris.
—¡Ah, esa es la Abby que conozco y quiero! —Se rio m ientras apro-
baba con la cabeza m i conj unto—. Tienes que ir así vestida a tu fiesta
de mañana.
—¿No era ese el plan desde el principio? —dij e, con una sonrisa bur-
lona. El m óvil vibró en m i bolso y m e lo suj eté j unto al oído.
—¿Diga?
—¡Es hora de cenar! ¿Dónde dem onios estáis? —dij o Travis.
—Nos estam os m im ando un poco. Shep y tú sabíais com er antes
de que llegáram os nosotras. Estoy segura de que podréis arreglároslas.
—Vale, vale, no te aceleres. Nos preocupam os por vosotras, y a lo
sabéis. — Miré a Am erica y sonreí.
—Estam os bien.
—Dile que enseguida te llevo de vuelta a casa. Tengo que parar en
casa de Brazil para recoger unos apuntes que Shep necesita, y después
nos irem os
directam ente a casa.
—¿Lo has oído? —pregunté.
—Sí. Nos vem os ahora, Palom a.
Conduj im os en silencio hasta la casa de Brazil. Am erica apagó el m
otor y se quedó m irando el edificio de apartam entos que tenía delante.
Me sorprendió que Shepley le hubiera pedido a Am erica que se pasara
por allí. Estábam os solo a una m anzana del apartam ento de Shepley
yTravis.
—¿Qué pasa, Mare?
—Brazil m e da escalofríos. La últim a vez que estuve aquí con Shep,
se puso a coquetear conm igo.
—Bueno, pues entonces voy contigo. Si se atreve a guiñarte el oj
o, se lo m achacaré con m is zapatos de tacón nuevos,¿te parece?
Am erica sonrió y m e abrazó.