¡Sim plem ente estaba cabreada!
Se m ovió furioso por la habitación y se detuvo a unos m ilím etros de
m í. Sus m anos tocaron cada lado de m i cara, su aliento era rápido m
ientras exam inaba mi cara.
—¿Qué estam os haciendo, Palom a?
Clavé prim ero la m irada a la altura del cinturón, luego em pecé a
subirla por los m úsculos y los tatuaj es de su estóm ago y su pecho, y
finalm ente la posé en la calidez m arrón de sus oj os.
—Dím elo tú.