hacia la puerta—. Te dej o para que te vistas.
Cuando agarró el pom o de la puerta se paró, frotándose el brazo. En
cuanto los dedos tocaron la parte que debía de estar am oratada, se subió la m
anga y vio elmoretón.Sequedómirándolounmomentoysevolvióhaciamí.
—Me caí escaleras abaj o anoche. Y m e ay udaste a ir a la cam a…
—dij o, conform e cribaba las im ágenes borrosas que debía de tener en
su cabeza.
El corazón m e latía con fuerza y m e costó tragar saliva cuando com
probé que de golpe caía en la cuenta de lo ocurrido. Entrecerró losoj os.
—Nosotros… —com enzó, dando un paso hacia m í, m irando el arm
ario y luego la cam a.
—No, no lo hicim os. No ocurrió nada —dij e, al tiem po que negaba
con la cabeza.
Se encogió avergonzado, y a que debía de estar recordándolo.
—Em pañaste los cristales de Parker, te saqué de su coche y luego
intenté…
—dij o, agitando la cabeza. Se volvió hacia la puerta y agarró el pom
o con los nudillos blancos—. Estás haciendo que m e convierta en un
psicópata, Palom a — gruñó por encim a de m i espalda—. No pienso
con claridad cuando te tengo alrededor.
—¿Así que ahora es culpa m ía?
Se volvió. Sus oj os pasaron de m i cara a m i ropa, a m is piernas,
luego a m is pies para volver a m is oj os.
—No sé. Mi m em oria está un poco brum osa…, pero no recuerdo
que tú dij erasno.
Me adelanté, preparada para argum entar ese pequeño hecho irrele-
vante, pero no pude. Teníarazón.
—¿Qué quieres que te diga, Travis?
Miró la pulsera y luego a m í con oj os acusadores.
—¿Esperabas que no m e acordase?
—¡No! ¡Me fastidiaba que te hubieras olvidado! Sostuvo m i m irada
con sus oj os m arrones.
—¿Por qué?
—¡Porque si y o hubiera…, si hubiéram os…, y tú no…! ¡No sé por
qué!