Levanté la m uñeca y m oví la cabeza, hipnotizada por el brillo y el
color de las piedras a la luz delsol.
—Es la cosa m ás bonita que he visto en m i vida. Nadie j am ás m
e ha dado algo tan… —caro m e vino a la cabeza, pero no quería decir
eso—… elaborado.
No sé qué decir.
Parker se rio y luego m e besó en la m ej illa.
—Di que te lo pondrás m añana. Sonreí de orej a a orej a.
—Me lo pondré m añana —dij e, m irándom e la m uñeca.
—Estoy encantado de que te guste. La m irada en tu cara m erece el
esfuerzo de las siete tiendas que herecorrido.
Suspiré.
—¿Has ido a siete tiendas? —Asintió con la cabeza, y y o cogí su cara
con m is m anos—. Gracias. Es perfecto —dij e, dándole un beso rápido.
Me abrazó.
—Tengo que irm e. Voy a com er con m is padres, pero te llam aré m
ás tarde,
¿de acuerdo?
—Vale. ¡Gracias! —Le grité m ientras lo veía salir corriendo escale-
ras abaj o.
Me m etí deprisa en el apartam ento, incapaz de apartar los oj os
de m i muñeca.
—¡Joder, Abby ! —dij o Am erica cogiéndom e la m ano—. ¿De
dónde has sacado esto?
—Me lo ha traído Parker. Es m i regalo de cum pleaños —dij e.
La m irada de Am erica, que seguía boquiabierta, pasaba de m í a la
pulsera.
—¿Te ha com prado una pulsera de diam antes del tam año de una m
uñequera de tenis? ¿Después de una sem ana? ¡Si no te conociera bien,
diría que tienes una entrepierna mágica!
Me reí en alto y em pecé una fiesta ridícula de risitas en la sala de
estar. Shepley salió de su dorm itorio con aspecto cansado y satisfecho.
—A ver, chifladas, ¿de qué os reís tanto? Am erica m e levantó la m
uñeca.
—¡Mira lo que le ha regalado Parker por su cum pleaños!
Shepley m iró con oj os entreabiertos y luego se le salieron de las