—¿Porqué no te quedas, Abs? —decía él a punto de estallar.
Le indiqué a Am erica con la cabeza que siguiera y ella de m ala gana
obedeció. Me crucé de brazos, lista para una pelea, preparándom e para
atacarlo después del inevitable discurso. Travis dio varias caladas a su
cigarrillo y, cuando quedó claro que no se iba a explicar, la paciencia se
m eagotó.
—¿Por qué has hecho eso? —pregunté.
—¿Por qué? ¡Porque estaba sobándote enfrente de m i apartam ento!
—gritó.
Parecía que se le iban a salir los oj os de las órbitas y podía percibir
que era incapaz de m antener una conversación racional.
Mantuve la voz en calm a.
—Puedo quedarm e contigo, pero lo que haga y con quién lo haga
es asunto mío.
Arroj ó el cigarrillo al suelo em puj ándolo con la punta de dos dedos.
—Eres m ucho m ej or que eso, Palom a. No le dej es que te folle en
un coche com o si fueras un ligue barato de fiesta de fin de curso.
—¡No iba a tener relaciones sexuales con él!
Gesticuló en dirección al espacio vacío donde había estado el coche
de Parker.
—¿Qué estabais haciendo entonces?
—¿No has salido nunca con alguien, Travis? ¿No has j ugueteado sin
ir m ás lejos?
Frunció el ceño y sacudió la cabeza com o si y o estuviera diciendo
tonterías.
—¿Qué tiene que ver eso?
—Mucha gente lo hace…, especialm ente quienes tienen citas.
—Las ventanas estaban em pañadas, el coche
se
m
ovía…, ¿qué
iba
a
saber
yo?—dijo,moviendolos brazos
endirecciónalespaciovacíodelaparcamiento.
—¡Tal vez no deberías espiarm e!
Se frotó la cara y sacudió la cabeza.
—No puedo soportar esto, Palom a. Creo que m e estoy volviendo
loco. Dej é caer las m anos golpeándom e las caderas.
—¿Qué es lo que no puedes soportar?
—Si duerm es con él, no quiero saberlo. Iré a la cárcel m ucho tiem po