cham os estupendam ente el espacio libre para el tem a que nos ocupaba.
Se inclinó sobre m í y doblé las rodillas m ientras m e caía contra la ven-
tana. Metió la lengua en m i boca y m e agarró la rodilla em puj ando m i
pierna a la altura de su cadera. Los cristales fríos de las ventanillas se em
pañaron en pocos m inutos debido a todo el aliento que exhalábam os con
nuestras m aniobras. Sus labios rozabanm i clavícula, y entonces levantó
la cabeza de un tirón cuando el vidrio vibró con unos golpesfuertes.
Parker se sentó y y o m e erguí recolocándom e la ropa. Salté cuando
la puerta se abrió repentinam ente. Travis y Am erica estaban j unto al
coche. Am erica ponía cara de com prensión, m ientras Travis parecía a
punto de estallar en un ataque de rabiaciega.
—¿Qué coño haces, Travis? —gritó Parker.
La situación de repente se volvió peligrosa. Nunca había oído a Parker
subir la voz. Los nudillos de Travis estaban blancos de lo m ucho que los
apretaba, y y o estaba en m edio. La m ano de Am erica pareció m uy
pequeñita cuando la colocó en el abultado brazo de Travis, m oviendo la
cabeza en dirección a Parker con un aviso silencioso.
—Venga, Abby. Tengo que hablar contigo —dij o ella.
—¿Sobre qué?
—¡Que vengas! —replicó.
Miré a Parker y vi irritación en sus oj os.
—Lo siento, tengo que irm e.
—No, está bien. Vete.
Travis m e ay udó a salir del Porsche y luego cerró la puerta con una
patada. Me di la vuelta rápido y m e quedé de pie entre él y el coche,
dándole laespalda.
—¿Qué te pasa? ¡Suéltalo y a!
Am erica parecía nerviosa. No m e costó m ucho im aginarm e por
qué. Travis apestaba a whisky ; ella había insistido en acom pañarlo o él
le había pedido que fuese con él. De cualquier m odo, Am erica actuaba
com o elem ento disuasorio de la violencia.
Las ruedas del Porsche de Parker chirriaron al salir del aparcam iento,
y Travis encendió uncigarrillo.
—Ya puedes entrar, Mare.
Ella m e agarraba la falda.
—Venga, Abby.