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—Actúas como si nadie más hubiera llegado a esa conclusión.
—Cuando doy un puñetazo, lo encajan e intentan responder. Así no se
ganan las peleas.
Puse los ojos en blanco.
—¿Quién eres? ¿Karate Kid? ¿Dónde aprendiste a pelear?
Shepley y America se miraron y agacharon la cabeza. No tardé mucho en
darme cuenta de que había metido la pata.
Travis no parecía afectado.
—Mi padre tenía problemas con la bebida y mal carácter, y además mis
cuatro hermanos mayores llevaban el gen cabrón.
—¡Oh! —Me ardían las orejas.
—No te avergüences, Paloma. Papá dejó de beber y mis hermanos crecieron.
—No me avergüenzo —dije, mientras jugueteaba con los mechones sueltos
de pelo y decidía arreglármelo y hacerme otro moño, para intentar ignorar el
incómodo silencio.
—Me gusta el estilo natural que llevas hoy. Las chicas no suelen aparecer así
por aquí.
—Me obligaste a venir. Y además no pretendía impresionarte —dije,
molesta porque mi plan hubiera fallado.
Puso su sonrisa de niño pequeño, y aumenté mi enfado en un grado con la
esperanza de disimular mi incomodidad. No sabía cómo se sentían la mayoría de
las chicas con él, pero había visto cómo se comportaban. Yo estaba experimentando
una sensación más cercana a la náusea y a la desorientación que al enamoramiento
tonto, y cuanto más intentaba él hacerme sonreír, más incómoda me sentía yo.
—Ya estoy impresionado. Normalmente no tengo que