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—Pues sí —dijo America—. ¿De verdad vas a venir?
Sonreí, y los dejé para entrar en los dormitorios, preguntándome si Travis
haría honor a su promesa de no flirtear conmigo. No era difícil calarlo; o bien me
veía como un reto o como lo suficientemente poco atractiva como para ser una
buena amiga. No estaba segura de qué opción me molestaba más.
Cuatro horas después, America llamó a mi puerta para llevarme a casa de
Shepley y Travis. Cuando salí al pasillo, no se contuvo.
—¡Puf, Abby! ¡Pareces una sin techo!
—Bien —dije, sonriendo por mi conjunto.
Llevaba el pelo recogido en la parte superior de la cabeza en un moño
descuidado. Me había quitado el maquillaje y me había cambiado las lentillas por
gafas de montura negra rectangular. Llevaba una camiseta raída y pantalones de
chándal, y andaba con un par de chanclas. Unas horas antes se me había ocurrido
que lo mejor, en cualquier caso, era ir lo menos atractiva posible. Si todo iba según
lo previsto, las ansias de Travis se calmarían al instante y dejaría a un lado su
ridícula persistencia. Si buscaba ser mi colega, seguiría siendo demasiado joven
para dejarse ver conmigo.
America bajó la ventanilla y escupió el chicle.
—Está tan claro lo que haces… ¿Por qué no te revuelcas directamente en
mierda de perro para completar tu vestimenta?
—No intento impresionar a nadie —dije.
—Obviamente.
Nos detuvimos en el aparcamiento del complejo de apartamentos de
Shepley, y seguí a America hasta las escaleras. Shepley abrió la puerta y se rio
cuando entré.
—¿Qué te ha pasado?
—Intenta estar poco impresionante —dijo America.
America siguió a Shepley a su habitación. La puerta se cerró y me quedé
sola; me sentía fuera de lugar. Me acomodé en el sillón reclinable que estaba más
cerca de la puerta y me quité las chanclas.
Estéticamente, su apartamento era más agradable que el típico piso de
solteros. En las paredes estaban colgados los predecibles pósteres de mujeres
medio desnudas y letreros de calles robados, pero estaba limpio, los muebles eran
nuevos y no olía ni a cerveza putrefacta ni a ropa sucia.
—Ya iba siendo hora de que aparecieras —dijo Travis, mientras se dejaba
caer en el sofá.
Sonreí, me subí las gafas sobre la nariz y esperé a que él se burlara de mi
aspecto.
—America tenía que acabar un trabajo.
—Hablando de trabajos, ¿has empezado ya el de Historia? —Mi pelo
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