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· núm. 65
nos visitaban allá en el rancho, vivi- prestado hubiera cedido.
mos en Minatitlán.
Miré el reloj, y ya habían pasado
-¡Ah, mire!- le dije - ¿Y para qué 30 minutos, disponía de otros más,
así que le pregunté:
soy bueno?- agregué.
me preguntó por Cecilio Nando.
Dicho sujeto tenía el aspecto de
una persona de campo, llevaba el
pelo descuidado, de mediana estatura, un pantalón color negro y
una camisa bastante sucios, y unos
huaraches desgastados e impregnados de tierra; era moreno, barba
cerrada, medio crecida, una visible
cicatriz en el ojo izquierdo, que
bajaba desde la mitad la ceja pasando por el párpado, alcanzando
parte de la mejilla, que se aprecia
añeja, producto de alguna riña callejera. Tenía una mirada que daba
cierta desconfianza.
Le dije, subiendo el tono de voz,
que para qué lo buscaba. Me dijo
en voz baja, como para que no escucharan mis ayudantes que veían
la acción desde lejos:
- Mire, vengo de parte de Cuquita.
En cuanto escuché Cuquita, cambié mi forma de actuar, pues me
decía mucho ese nombre. Entonces le confesé que yo era Cecilio y,
enseguida, exclamó:
-¡Mire!...Mi hermano y yo andamos
excavando unas zanjas allá en el
pueblo. Nos encontramos unos
monos, de esos que hacían los indios y los trajimos a vender.Ya ve
como están las cosas y pues tenemos que buscarle; en el campo es
muy dura la vida. Fuimos a ver un
señor por el lado de Las Brisas.
Cuando le dijimos de lo que se
trataba, resultó que era de la
Aduana, se enojó mucho y nos dijo
que nos iba a meter al bote, pero,
nos alcanzamos a pelar, y nos fuimos con Cuquita,Ya está re grande, nombre cuando iba con sus
papás era una niñita- me soltó de
corrido.
-¿Y qué pasó? -, en referencia a los
monos hallados.
Cuatro años antes había conocido
a María del Refugio, "Cuquita".
Había platicado con ella en dos o
tres ocasiones, pero en ese tiempo
tuve la necesidad de radicar en Tijuana B.C, donde permanecí por
casi tres años. Cuando regresé,
hacía unos meses, la había vuelto a
ver y, durante un tiempo, me estuve haciendo “el aparecido”. Llegó
el momento en que retomamos
nuestra amistad, volví a ser su amigo, posteriormente hablé con sus
papás, anduve de novio formalmente hasta que finalmente nos
casamos. El negocio que ella
atendía era una tienda de abarrotes, por la avenida Niños Héroes,
cerca de la casa del Doctor Navarro, quien fue médico de cabecera
por muchos años en nuestra familia, muy conocido por todos nosotros.
Entonces le habló a su hermano,
un poco más joven que él, quien
llegó con un costal de yute y, de
inmediato, lo desamarró y sacó
una figura envuelta en papel periódico y me la mostró. Se trataba de
la figura de un perro xoloitzcuintle, conocidos como perros de terracota en el Estado de Colima.
Era de barro, del tamaño de un
balón de