núm. 65 ·
13
Los xoloitzcuintles.
Cecilio Nando
L
legué a la bodega del negocio
de mi madre, de entrada por
salida, como a las 6.30 PM. Bajé
junto con dos ayudantes de la camioneta que manejaba y, entre todos, subimos unas cajas a la
camioneta. La premura era porque
el mayordomo me esperaba a bordo, para recibir dichas cajas. Se
trataba de un barco de la Línea
Mexicana del Pacífico, que estába-
mos avituallando. Así que tenía que
regresar lo más pronto posible; en
ese barco teníamos permiso para
arrimar el carro hasta un costado
de 6 a 8 p.m., acción que nos facilitaba el trabajo. Además, era una
regla de seguridad implementada
por Servicios Portuarios en ese
entonces; o sea, dos horas en la
mañana, tres horas a medio día y
dos horas por la noche.
Cuando estaba terminando de
chequear que no faltara nada, entraron dos personas; uno se quedó
en la entrada y el otro se dirigió
hacia donde yo me encontraba. De
inmediato, dejé los papeles, en el
escritorio y me dirigí a encontrarlo con la intención de que no llegara hasta la bodega, o que viera
los movimientos internos, además
de que no lo conocía.Al abordarlo,