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o tercera lengua, sus cerebros operan

diferentemente ante este aprendizaje. La gran ventana de la oportunidad para imprimir información y habilidades en la tan bien conocida “región profunda del motor” en el cerebro, es mucho más amplia en la niñez y casi se cierra alrededor de los 18 años.

El propio Thompson plantea, que se deben enseñar los sonidos y acentos de otras lenguas en una temprana edad, inclusive si estos niños no están expuestos a instrucción completa de la lengua extranjera objeto de estudio; advirtiendo que

aprender estos sonidos más tarde en la vida, pudiese ser más difícil.

De todo lo anteriormente expuesto, seria ventajoso aprovechar las aptitudes auditivas y fonéticas que naturalmente presentan los niños y la flexibilidad de sus labios y la lengua, así como la facilidad para escuchar y reproducir sonidos, la capacidad imitativa, de fantasear y usar su imaginación, y sobre todo su memoria es involuntaria y en pleno desarrollo. Además, su gran poder de imaginación les permite concentrarse en situaciones imaginativas en las que se presenta el material lingüístico de la lengua extranjera. (Antich, 1986)

Es por ello que con el ingreso a la escuela ( 5 a 6 años), el niño va asimilando sistemáticamente el contenido de las formas desarrolladoras de la conciencia

social (la ciencia, el arte, la moral, el derecho) y las capacidades para actuar en correspondencia con las exigencias de dichas formas, por lo que un idioma extranjero constituiría asimilar estos contenidos, y no esperar a la edad de 11 ó 12 años donde priman otros intereses en el niño y la lengua extranjera no constituiría un elemento de motivación tan importante como en la primera etapa.

Otro factor que tiene importancia es la actitud hacia la lengua, esta se va formando a partir del enfoque que se le dé al proceso de enseñanza de la lengua por parte de los maestros y los padres. En este sentido, la introducción de los contenidos de

manera afectiva puede favorecer la cognición. Al respecto, Arnold (1999), considera que la afectividad en la enseñanza de lenguas extranjeras tiene un doble rol. En primer lugar debe eliminar la ansiedad o inseguridad propia del

enfrentamiento a una lengua desconocida y por otro lado, al estimular diferentes factores emocionales positivos, como la autoestima, la empatía o la motivación, se facilita la participación en la comunicación en la lengua objeto de aprendizaje.

Por tanto, la relación entre afectividad y enseñanza de idiomas es bidireccional, la preocupación por la afectividad puede mejorar el aprendizaje, y el aula de idiomas