en el bosque como nunca antes. Quizá hasta empiezas claramente a escuchar voces que te hablan cuando observas un roble o cuando se te queda viendo fijamente un venado o un conejo moviendo su nariz. Empiezas a sentir a una planta solo con verla. Empiezas a sentir respeto por Todo, mismo respeto que surge como consecuencia de saberte conectado a ese Todo. Sientes una alegría en esos momentos que las palabras no pueden expresar. Sientes emoción con la emoción de otros. Sientes entusiasmo por el entusiasmo de otros. Sientes alegría por el triunfo ajeno. Y es que precisamente ya nada te es ajeno. Y esa alegría que empiezas a experimentar por saberte conectado con todo y con todos se trastoca muchas veces con amor hacia los demás difícilmente explicable.
9. Tienes frecuentes ataques de risa y sonrisas.
La alegría de vivir es uno de los signos más característicos de una vida espiritual, de alguien en paz. Sucede el colmo de que hasta estando solo te empiezas a reír. ¡Sólo! Ya ni necesitas de que alguien te cuente un chiste o de ver algo cómico. Si te ves al espejo, si te concentras un momento en observar tu rostro con gran atención, podrás ver una sonrisa constante que se quiere asomar en todo momento, incluso si haces este ejercicio, te puede ganar la risa tan solo de verte en el espejo. En cambio, algunas otras personas si se ven en el espejo y se detienen a analizar el reflejo que ven ahí, sin necesidad de un psiquiatra o un analista de imagen, pueden observar lo gris de su vida, los dolores que les ha generado vivir en el lado oscuro, es decir, en su ego, y se nota. La lucha, ya sea externa o interior, siempre se ve en el rostro. Siempre aunque se maquille. La risa y la alegría constantes son un signo inequívoco de tu despertar a estados de conciencia superiores, donde se vive en paz.
10. Tiendes a permitir que las cosas sucedan, en lugar de hacer que sucedan.
Dejas de lado el deseo de solucionar y ser el protagonista confiando en que todo se solucionara de la mejor forma. Empiezas a aceptar que todas las cosas que suceden, suceden por una válida razón, que aunque no la encuentres, sabes que existe, que aunque no la entiendas, pues te deja de interesar comprender o no. Simplemente sabes que las cosas pasan por algo y ese algo siempre termina siendo algo bueno. Lo sabes, y con ese conocimiento tú sigues haciendo lo que te corresponde y sin entorpecer. Empieza a sucederte un pacífico comportamiento donde siempre sabes que si debes actuar, actúas, y si no, dejas que pase. Surge una sabiduría dentro de ti que te permite distinguir entre hacer algo o más bien permitir que sucedan las cosas. Es cuando sabes que todo se dirige al Bien, luego entonces permites que ocurra, simplemente permites.
Hay paz en ese permiso, o mejor dicho, el permiso sucede por haber paz en tu interior.