LUMEN VIDENS | Page 9

En el Tratado de nuestro santo encontramos una meditación profunda sobre la voluntad humana y la descripción de su fluir, pasar, morir, para vivir en el completo abandono no sólo a la voluntad de Dios, sino también a lo que a él le complace, a su «bon plaisir», a su beneplácito. En la cumbre de la unión con Dios, además de los arrebatos del éxtasis contemplativo, se coloca ese fluir de la caridad concreta, que está atenta a todas las necesidades de los demás y que él llama «éxtasis de la vida y de las obras». Leyendo el libro sobre el amor de Dios, y más aún las numerosas cartas de dirección y de amistad espiritual, se nota bien qué gran conocedor del corazón humano fue san Francisco de Sales. A santa Juana de Chantal escribe: «Esta es la regla de nuestra obediencia, que os escribo con letras mayús- culas: H A C E R TO D O P O R A M O R , N A D A P O R L A F U E R Z A , AM AR M ÁS LA O BED I EN CI A Q U E TEM ER LA D ES O BED I EN - CI A. Os dejo el espíritu de libertad, ya no el que excluye la obediencia, pues esta es la libertad del mundo; sino el que excluye la violencia, el ansia y el escrúpulo» (Carta del 14 de octubre de 1604). No por nada, en el origen de muchos de los caminos de la pedagogía y de la espiritualidad de nuestro tiempo encontramos precisamente las huellas de este maestro, sin el cual no hubieran existido san Juan Bosco ni el heroico «caminito» de santa Teresa de Lisieux. Queridos hermanos y hermanas, en un tiempo como el nuestro que busca la libertad, incluso con violencia e inquietud, no se debe perder la actualidad de este gran maestro de espiritualidad y de paz, que lega a sus discí- pulos el «espíritu de libertad», la verdadera, como culmen de una enseñanza fascinante y completa sobre la realidad del amor. San Francisco de Sales es un testigo ejemplar del humanismo cristiano. Con su estilo familiar, con parábolas que tienen a menudo el batir de alas de la poesía, recuer- da que el hombre lleva inscrita en lo más profundo de su ser la nostalgia de Dios y que sólo en él encuentra la verdadera alegría y su realización más plena. (Extractado de la catequesis de Benedicto XVI, del 2 de marzo de 2011) 9