LUMEN VIDENS | Page 10

La Adoración del Corazón de Jesús Adoración, que palabra, ¿Quién sondeará su elevación y su profundidad? Adorar es el oficio más noble, es el honor más supremo concedido al alma humana en la tierra. Esta será su ocupación durante la eternidad en los cielos. Adorar, es dar, a la Majestad infinita, de la que recibimos todo, el homenaje de todo lo que somos, Adorar es abdicar, anonadarse, ante el gran Todo, con un solo acto que encierra todos los demás, ya que es el amor llevado a su más alta potencia, el amor que entrega todo y no se reserva nada. Adorar, es la culminación del culto dado por la criatura a su creador. Pero por medio de un intercambio admirable, ocurre que cuanto más se rebaja el alma ado- radora, más se eleva. Desde las profundidades de su nada, ella se eleva hasta las profundidades de la Divinidad. Al igual que las agujas aéreas que coronan las torres de nuestras antiguas catedrales cuya base está oculta en el suelo, mientras que su cima parece enviar un beso al Cielo. El verdadero adorador, se olvida de sí mismo, se pierde de vista, está todo él pendiente del objeto de su adoración. Pero, por desgracia, lo entienden tam- bién así los que llenos de una loca pasión, se arrodillan ante ídolos de carne, y después de haber agotado todas las formas de afecto humano, acaban por decirle: “yo os adoro” . Pero si el culto de adoración ofrecido a Dios por su frágil criatura, es una cosa tan noble, tan grande y tan elevada, que diremos de la adoración ofreci- da a la Santísima Trinidad por el corazón de un Hombre-Dios, que es el Sagrado Corazón de Jesús... Es un abismo. Dios se conoce, Dios se ama; y en un eterno beso de amor, consuma en su seno la unión de los Tres en Uno. Este conocimiento y este amor forman una alaban- za sustancial, un concierto sin fin, en las profundidades de la Esencia divina, que traducen fuera de Ella los espíritus angélicos que cantan su eterno ¡SANCTUS SANCTUS, SANCTUS DOMINUS! Pero la adoración no puede existir entre las tres divinas personas, cada una de Ellas es igual a las otras dos en Poder, Grandeza, y Majestad. Se comprende entonces, con que ímpetu de amor, el Verbo de Dios se preci- pitó en el seno de una Virgen, para habiéndose revestido de nuestra naturale- 10