La Adoración del Corazón de Jesús
Adoración, que palabra, ¿Quién sondeará su elevación
y su profundidad? Adorar es el oficio más noble, es el
honor más supremo concedido al alma humana en la
tierra. Esta será su ocupación durante la eternidad
en los cielos.
Adorar, es dar, a la Majestad infinita, de la que
recibimos todo, el homenaje de todo lo que somos,
Adorar es abdicar, anonadarse, ante el gran Todo,
con un solo acto que encierra todos los demás, ya
que es el amor llevado a su más alta potencia, el
amor que entrega todo y no se reserva nada.
Adorar, es la culminación del culto dado por la
criatura a su creador. Pero por medio de un intercambio
admirable, ocurre que cuanto más se rebaja el alma ado-
radora, más se eleva. Desde las profundidades de su nada, ella
se eleva hasta las profundidades de la Divinidad. Al igual que las agujas aéreas que
coronan las torres de nuestras antiguas catedrales cuya base está oculta en el suelo,
mientras que su cima parece enviar un beso al Cielo.
El verdadero adorador, se olvida de sí mismo, se pierde de vista, está todo
él pendiente del objeto de su adoración. Pero, por desgracia, lo entienden tam-
bién así los que llenos de una loca pasión, se arrodillan ante ídolos de carne, y
después de haber agotado todas las formas de afecto humano, acaban por
decirle: “yo os adoro” .
Pero si el culto de adoración ofrecido a Dios por su frágil criatura, es una
cosa tan noble, tan grande y tan elevada, que diremos de la adoración ofreci-
da a la Santísima Trinidad por el corazón de un Hombre-Dios, que es el
Sagrado Corazón de Jesús... Es un abismo.
Dios se conoce, Dios se ama; y en un eterno beso de amor, consuma en su seno
la unión de los Tres en Uno. Este conocimiento y este amor forman una alaban-
za sustancial, un concierto sin fin, en las profundidades de la Esencia divina, que
traducen fuera de Ella los espíritus angélicos que cantan su eterno ¡SANCTUS
SANCTUS, SANCTUS DOMINUS! Pero la adoración no puede existir entre las
tres divinas personas, cada una de Ellas es igual a las otras dos en Poder,
Grandeza, y Majestad.
Se comprende entonces, con que ímpetu de amor, el Verbo de Dios se preci-
pitó en el seno de una Virgen, para habiéndose revestido de nuestra naturale-
10