za humana, rendir a la Santísima Trinidad el culto de adoración que no podría existir en su Esencia incomunicable.
El Corazón de Jesús, apenas formado en el seno de María, se postró en la adoración más profunda e hizo subir el incienso más puro hasta el trono de su Padre Dios …. Comenzó su vida, como seguiría y terminaría, con un acto de adoración.
Anonadarse sin medida, con este acto sublime, era una necesidad imperiosa para el Verbo hecho carne. Este acto surgía de dos fuentes y dos focos; la luz y el amor. El alma Sacrosanta de Jesucristo, iluminada con los esplendores del Verbo, conocía a Dios con un conocimiento casi infinito, y este conocimiento encendía en el Sagrado Corazón de Jesús un inmenso incendio de amor. La adoración era entonces necesaria, y Jesús caía de rodillas … y se anonadaba sin medida ante Aquél que elevándole al honor de la unión hipostática, le había colmado sin medida.
¡ Oh verdadero adorador!, único y digno Adorador de Dios, nosotros diremos con un santo Personaje de nuestro siglo:“ os bendecimos con la gran gloria ofrecida a la Majestad Santísima, por vuestras profundas adoraciones”.
Pero ¿ dónde se refugiaba ese Hombre-Dios, para ofrecer a su Padre Dios estas adoraciones dignas de Él?. Él adoraba en el Templo santo, en el augusto santuario de su Sagrado Corazón, donde habitaba la Santísima Trinidad. Se encerraba allí, y allí su adoración era continua. Cada uno de los latidos de su amoroso Corazón la manifestaba a su divino Padre. La noche no suspendía este culto de adoración: Mejor incluso que el Esposo del Cantar de los Cantares
Él adoraba por aquellos hermanos adoptivos que no pensaban en cumplir este deber; Él adoraba por aquellos que no doblarían jamás su rodilla ante su Creador … Y el Cielo se inclinaba y grupos de ángeles acudían para unirse al divino Adorador … Y Dios era glorificado soberanamente.
Que magnífica porción de nuestro divino patrimonio, queridos Guardias de Honor, las adoraciones del Corazón de Jesús.
Sepamos sacar provecho de ella. Ofrezcamos a nuestro Padre Celestial estas profundas adoraciones con espíritu de reparación, de impetración, de amor. Arrodillados al lado del Divino Adorador, ofrezcamos a Dios, nuestro Padre, este deber tan esencial como glorioso que debemos cumplir.
Por Jesucristo, con Jesucristo y en Jesucristo, adoremos en espíritu y en verdad, por todos aquellos que ignoran incluso este nombre bendito de adoración
Hna. María del Sagrado Corazón Bernaud 11