«Mi intención es la de instruir a aquellos que viven en la
ciudad, en el estado conyugal, en la corte...».
El documento con el que el Papa Pío IX, más de dos siglos
después, lo proclamó doctor de la Iglesia insiste en esta amplia-
ción de la llamada a la perfección, a la santidad. […] Así nacía
la llamada a los laicos, el interés por la consagración de las
cosas temporales y por la santificación de lo cotidiano, en los
que insistirán el concilio Vaticano II y la espiritualidad de nues-
tro tiempo. Se manifestaba el ideal de una humanidad reconciliada, en la sinto-
nía entre acción en el mundo y oración, entre condición secular y búsqueda de
la perfección, con la ayuda de la gracia de Dios que impregna lo humano y, sin
destruirlo, lo purifica, elevándolo a las alturas divinas.
A Teótimo, el cristiano adulto, espiritualmente maduro, al que dirige unos
años más tarde su Tratado del amor de Dios (1616) , san Francisco de Sales ofre-
ce una lección más compleja. Esta lección supone, al inicio, una precisa visión
del ser humano, una antropología: la «razón» del hombre, más aún, el «alma
racional», se presenta allí como una arquitectura armónica, un templo, articu-
lado en varios espacios, alrededor de un centro, que él llama, junto con los
grandes místicos, «cima», «punta» del espíritu, o «fondo» del alma. Es el
punto en el que la razón, recorridos todos sus grados, «cierra los ojos» y el
conocimiento se funde con el amor (cf. libro I, cap. XII) . Que el amor, en su dimen-
sión teologal, divina, sea la razón de ser de todas las cosas, en una escala
ascendente que no parece conocer fracturas o abismos, san Francisco de Sales
lo resumió en una famosa frase:
«El hombre es la perfección del universo; el espíritu es la perfección del
hombre; el amor es la del espíritu; y la caridad es la perfección del amor»
(ib., libro X, cap. I).
En un tiempo de intenso florecimiento místico, el Tratado del amor de Dios
es una verdadera summa, y a la vez una fascinante obra literaria. Su descrip-
ción del itinerario hacia Dios parte del reconocimiento de la «inclinación natu-
ral» (ib., libro I, cap. XVI) , inscrita en el corazón del hombre, aunque pecador, a
amar a Dios sobre todas las cosas. Según el modelo de la Sagrada Escritura,
san Francisco de Sales habla de la unión entre Dios y el hombre desarrollando
una serie de imágenes de relación interpersonal. Su Dios es padre y señor,
esposo y amigo, tiene características maternas y de nodriza, es el sol del que
incluso la noche es misteriosa revelación. Ese Dios atrae hacia sí al
hombre con vínculos de amor, es decir, de verdadera libertad:
«Ya que el amor no tiene forzados ni esclavos,
sino que reduce todas las cosas bajo la propia obediencia
con una fuerza tan deliciosa que, si nada es tan fuerte
como el amor, nada es tan amable como su fuerza»
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