«[A Dios] lo encontré lleno de dulzura y ternura entre nuestras más altas
y ásperas montañas, donde muchas almas sencillas lo amaban y lo adoraban
con toda verdad y sinceridad; el corzo y el rebeco corrían de aquí para allá
entre los hielos espantosos para anunciar sus alabanzas».
Y, sin embargo, fue inmensa la influencia de su vida y de su enseñanza en la
Europa de la época y de los siglos siguientes. Es apóstol, predicador, escritor,
hombre de acción y de oración; comprometido en hacer realidad los ideales del
concilio de Trento; implicado en la controversia y en el diálogo con los protes-
tantes, experimentando cada vez más la eficacia de la relación personal y de la
caridad, más allá del necesario enfrentamiento teológico; encargado de misiones
diplomáticas a nivel europeo, y de tareas sociales de mediación y reconciliación.
Pero san Francisco de Sales es, sobre todo, un director de almas: el encuen-
tro con una mujer joven, la señora de Charmoisy, lo impulsó a escribir uno de
los libros más leídos de la edad moderna, la Introducción a la vida devota.
De su profunda comunión espiritual con una personalidad excepcional,
santa Juana Francisca de Chantal, nació una nueva familia religiosa, la Orden
de la Visitación, caracterizada —como quiso el santo— por una consagración
total a Dios vivida en la sencillez y la humildad, en hacer extraordinariamen-
te bien las cosas ordinarias: «...quiero que mis Hijas —escribió— no tengan
otro ideal que el de glorificar [a nuestro Señor] con su humildad». Murió en
1622, a los cincuenta y cinco años, tras una existencia marcada por la dureza
de los tiempos y por los trabajos apostólicos.
La vida de san Francisco de Sales fue relativamente breve,
pero de gran intensidad. La figura de este santo produce una
impresión de extraña plenitud, demostrada con la serenidad de
su búsqueda intelectual, pero también en la riqueza de sus afec-
tos, en la «dulzura» de sus enseñanzas que han ejercido gran
influencia en la conciencia cristiana. De la palabra «humani-
dad» encarnó distintas acepciones que, hoy como ayer, puede
asumir este término: cultura y cortesía, libertad y ternura,
nobleza y solidaridad. En su aspecto tenía algo de la majestad
del paisaje en que vivió, conservando también su sencillez y su
naturaleza. Las antiguas palabras y las imágenes con las que se
expresaba resuenan inesperadamente, también en el oído del
hombre de hoy, como una lengua nativa y familiar.
A Filotea, destinataria ideal de su Introducción a la vida
devota (1607) , san Francisco de Sales dirige una invitación que
en su época pudo parecer revolucionaria. Es la invitación a ser
completamente de Dios, viviendo en plenitud la presencia en el
mundo y los deberes del propio estado.
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