21
“¡Dichosas las almas que no tienen más mira, más amor y pensamientos
que por este único Amigo de nuestros corazones!35 . Pidámosle esta gracia y
tomémoslo por divisa:
¡Todo para Dios, nada para mí!.
¡Un solo corazón un solo amor, para un solo Dios!
¡Mi Dios, mi Único y mi Todo, Vos sois todo mío; yo soy todo de Vos!. Amén.”
Al oír este lenguaje, podrán decir muchos: No me convienen semejantes
lecciones; ; estas cosas son solamente para ciertas almas privilegiadas;
preocupación funesta que aleja de la perfección a gran número de personas.
Efectivamente, el desprendimiento pertenece a la esencia misma de la
vida cristiana. Nuestro divino Salvador dice a todos sus discípulos: “Nadie puede
servir a dos señores; necesariamente amará a uno y odiará al otro36 . No nos
prohíbe, sin duda, los afectos legítimos ¿No amó Él mismo a su Madre y a sus
amigos? Pero quiere que nuestro amor hacia Él sea preferido a todos los afectos
creados y que estemos siempre dispuestos a sacrificar éstos, si Dios lo pide, lo que
tendremos que hacer por lo menos en la hora de la muerte.
Entre los afectos, aquel que más contraría al amor divino es el excesivo
amor a nosotros mismos.
35
36
Carta 15 a la M. Saumaise. – Aviso 40.
San Mateo, IV,24. Véase el tomo III del Reinado, primera parte, cap. II: Desprendimiento.