Recordemos que la profesionalización de la danza data de 1700, poco después de la creación de la Academia Real de Música, hoy conocida como la Ópera de París, en 1669( Anderson, 1992). Desde entonces, la disciplina es el eje de la formación de bailarines. Pero este entrenamiento del cuerpo en el salón de baile, no es diferente del entrenamiento del cuerpo fuera de él, más bien es una exageración teatral del ideal planteado por el sistema para el mayor y mejor dominio del pensamiento sobre el cuerpo y todas las acciones que sobre él realizamos. Es decir, la danza desde sus inicios ha protegido, fomentado y batallado a favor de la unificación de cuerpos, movimiento y discursos ideológicos sobre la imagen. Cierta molestia de algunos bailarines ante este tema se explica en que silenciosamente el sistema ha implantado estos modelos físicos de belleza como un modelo ético. La belleza física externa es una resultante de la moral interna llamada disciplina. No escapa que esta idea ética de la belleza externa e interna es base de la discriminación:
No es de extrañar que bajo la gran presión social por la estética, el que no se ajusta a los cánones puede verse excluido, aún más, se culpa a los excluidos de su propia exclusión( Sossa, 2011)
De este modo, el sistema hace que el individuo se convierta en un incansable verdugo, observador de otros y de sí mismo. Producto de esta operación, el cuerpo deviene en“ otra cosa” para la psique humana, un simbólico que es la base para la construcción de la identidad:
La dimensión simbólica, es decir, lo Otro, en tanto Ley que funda al sujeto, junto con las instituciones, constituye una exterioridad constitutiva del sujeto, que genera el juego contradictorio de identidades y alienaciones en la dinámica subjetiva, juego en el que se dirimen la realización de la singularidad y la construcción de autonomía( Baz, 2010).
Sin embargo, para el sistema esta“ otra cosa” termina siendo más bien“ esa cosa” a la que todos y todas aspiramos en mayor o menor medida. Creo por eso que la autonomía de pensarse y construirse como cuerpo es muy difícil, y el costo de ser diferente muy grande. Aspiramos y consideramos bellos a cuerpos como el de las fotografías de publicidad, de protagonistas de telenovela, de estrellas de cine y, en el caso de danza, el cuerpo anoréxico. Es entonces la anorexia u otro desorden alimenticio parecido una respuesta coherente al modelo de cuerpo bello interno y externo( Bordo, 2001) y más aún es un acto de sacrificio‘ noble y heroico’, admirado y deseado( incluso calladamente promovido) en el ámbito dancístico.
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