había hecho, pensé que haría algo al respecto. Estuve tan asustado viéndolo toda la noche que no me di cuenta que si el rescatista venia de ese lado entonces tenía que haber una salida. Estuve hasta la madrugada pensando en una forma de llevarlos por ahí sin que vieran el cuerpo del rescatista. Todo el tiempo, Santiago se quedó viéndome. Estaba nervioso, me mordía las uñas y me temblaban los pies. Vi el cuchillo de Martín en mis manos y juré que no iba a permitir que muriéramos por ninguna razón.
“Ven conmigo” le dije y lo apuñalé en el estomago cuando pensé que no podían vernos. Lo dejé sobre el cadáver del rescatista y regresé con Jesica –que estaba despierta y levantada –y los chicos. “¡Creo que encontré una salida!” les dije y sus rostros se llenaron de alegría. No vieron los dos cuerpos cuando pasaron al lado de ellos, estaban tan ocupados viéndose los pies y llorando de alegría. Pasamos horas en esa gruta, pero no era tan frio como arriba. Y al final, salimos al sol.
“¿Dónde está Santiago?” me preguntó Jesica en voz baja. Tuve que decirle que Santiago estaba loco, que trató de matarme y lo dejé atrás, muerto…Inventé esa mentira rápidamente pero se la creyó. Cuando salimos de la cueva me abrazó. Así fue como morí, y todos los días desde entonces puedo ver los ojos de Santiago, viéndome directamente, entendiendo todo lo que pasaba.
Autor: Juan I. Baladies (Monterrey, México)