Los omniscientes N°1 , Julio 2014 | Page 26

CUENTOS

El Hombre con el cuchillo

Santiago se ve peor cada momento. Desde que Martín se cayó anda como atascado en sí mismo, piensa que él fue el culpable. Qué horror y que terrible que haya tenido que pasar esto y justo en las vacaciones de “curación” de Santiago. Mira enfrente de él como si mirara a alguien particular y se muerde las uñas cuando cree que no lo veo. En cuanto a mí, tampoco me siento bien. El frio me corta en la piel. El frio me corta en la garganta cuando respiro. No puedo recoger mi miedo, por más que trato. La cueva es tan escura, y si hay un oso; ¿o algo más? O si los lobos entran… Mi piel me duele. Por favor Dios, que me rescaten. No quiero morir. Reconozco que no puedo con esto. Que llegan a rescatarnos, por el amor de Dios.

A lo lejos se oyen ruidos extraños. Regresó Agustín, que había ido a ver el fondo de la cueva. “¿Qué se oyó tan feo?” le dije, “Nada” respondió. Yo me quedé todavía pensando en mis miedos y en lo que haría con Santiago si regresábamos, hasta dormirme. Me desperté y Santiago se alejaba en la oscuridad, siguiendo a Agustín. Lo trataría de dañar o algo, ¡en honor de Martín! Quería gritar pero mi garganta me dolía y no me podía parar porque mis pies eran débiles. Apenas logré pararme y Agustín ya estaba ahí de nuevo, grave e imponente; diciendo que había encontrado una salida. Mi corazón cantó. Casi bailábamos, siguiendo a Agustín por ese tramo oscuro. Yo ya sabía que había pasado con Santiago y mi corazón, en el fondo lloraba. Santiago lo confirmó, se había vuelto loco y había muerto por su locura…Nunca perdería su recuerdo por el resto de mis días. Así fue como, en cierta forma, morí.

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Se me fue informado de un grupo de vacacionistas que habían sido vistos en el área antes de la avalancha. Soy un hombre de mi trabajo y me dirigí a buscarlos, aún sin esperanzas. Esta montaña es traicionera, tiene cientos de cuevas donde la gente cree encontrar su salvación solo para morir. Una especialmente habitable pasa desde la falda y puede ser viajada a pie. Estaba solo, lo cual era poco ortodoxo…Más personas estaban heridas por la ventisca, solo yo podía ayudar a estos. Existe siempre cierto nivel de urgencia donde el valor humano va mas allá de la razón, o eso creía y por eso no se me tenía en gran estima. Llegué a una de las cavernas más altas y un relámpago me lastimó los ojos. Sentí un dolor en el estomago y vi enfrente a mí a un hombre con ojos de desquiciado. Caí lleno de dolor y el loco me movió a un punto oscuro. Lo vi alejarse sin voltear atrás.

Me quedé ahí, demasiado débil para moverme, delirando casi. En algún punto el loco volvió, y mató a otro hombre. Lo aventó sobre mi abdomen, impidiéndome respirar. Verdaderamente no hay límite para la crueldad humana. ¿Por qué razón alguien haría esto? Nunca pude entenderlo. En ese día vi al verdadero monstruo en los ojos de ese hombre. Se alejo con el resto del grupo, definitivamente para matarlos. Un demonio en carne humano, encarnado en la montaña para sacrificar grupos de desahuciados, eso era lo que era. A mí me dejaron bajo la carne muerta, perdido en la oscuridad hambrienta. Así fue como morí.

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Vi una figura negra en el perfil del relámpago y la apuñale con el cuchillo de Martín. Pensé que era un oso. Yo había estado todas esas horas rezándole a dios para que no muriera. En cuanto vi algo moverse fui al fondo de la cueva. Un relámpago entró por algún hoyo y vi esa figura más grande que yo sobre mí y le clavé el cuchillo. Solo después de acercarme vi que era un hombre con un abrigo pesado…El rescatista. Había matado al rescatista. Me quite los guantes que se mancharon de sangre y me los volví a poner porque el frio me lastimaba. No sabía qué hacer. Lo agarré por los codos y lo alejé un poco en lo profundo de la cueva. Regresé al fuego de la boca de la cueva y Jesica y los chicos me veían todos con miedo. Preguntaron que se había oído tan feo y les dije que no era nada. Con el fuego veía los ojos de Santiago brillar mientras me veía con horror. Estaba mal y me convencí de que Santiago sabía lo que había hecho, pensé que haría algo al respecto. Estuve tan asustado viéndolo toda la noche que no me di cuenta que si el rescatista venia de ese lado entonces tenía que haber una salida. Estuve hasta la madrugada pensando en una forma de llevarlos por ahí sin que vieran el cuerpo del rescatista. Todo el tiempo, Santiago se quedó viéndome. Estaba nervioso, me mordía las uñas y me temblaban los pies. Vi el cuchillo de Martín en mis manos y juré que no iba a permitir que muriéramos por ninguna razón.

“Ven conmigo” le dije y lo apuñalé en el estomago cuando pensé que no podían vernos. Lo dejé sobre el cadáver del rescatista y regresé con Jesica –que estaba despierta y levantada –y los chicos. “¡Creo que encontré una salida!” les dije y sus rostros se llenaron de alegría. No vieron los dos cuerpos cuando pasaron al lado de ellos, estaban tan ocupados viéndose los pies y llorando de alegría. Pasamos horas en esa gruta, pero no era tan frio como arriba. Y al final, salimos al sol.

“¿Dónde está Santiago?” me preguntó Jesica en voz baja. Tuve que decirle que Santiago estaba loco, que trató de matarme y lo dejé atrás, muerto…Inventé esa mentira rápidamente pero se la creyó. Cuando salimos de la cueva me abrazó. Así fue como morí, y todos los días desde entonces puedo ver los ojos de Santiago, viéndome directamente, entendiendo todo lo que pasaba.

Autor: Juan I. Baladies (Monterrey, México)