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Los nueve círculos 17
Entonces , mi hermano Miguel , que a sus once años ya se las daba de hombre , les explicó a todos el miedo que yo sentía y , en aquel momento , me hubiera gustado pegarle .
Por fin , los niños , tras el postre de natillas con galletas que me pareció lo mejor de todo el almuerzo , pudimos levantarnos para ir a jugar mientras los mayores disfrutaban del café , los dulces , los licores y la conversación .
Piedad , la hija mayor de los aparceros , que podría contar doce años , nos guio a todos , entonces , hasta los cerezos que bordeaban la acequia y allí , ante el numeroso grupo de chicos , mi hermano Miguel intentó erigirse en mandamás . Creo que le gustaba fanfarronear ante Piedad , que ya tenía formas de mujercita , y ante todos los demás .
— Yo seré capitán como mi padre – explicó muy ufano –, pues no hay quien me gane en las peleas del colegio y , además , papá me ha asegurado que yo heredaré su sable y sus pistolas .
— Pero tú no sabes subirte a los árboles tan bien como yo – le contestó algo retador , pese a que no pasaba de los nueve años , Paco , el segundo de los hijos de los caseros .
Los demás chicos permanecíamos en silencio , muy atentos al desarrollo de los hechos . — Yo me subo a donde haga falta – galleó Miguel . — Pues , mira , las cerezas altas no las ha cogido nadie porque se pueden quebrar las ramas . Vamos a subirnos tú a un árbol y yo a otro y a ver quién reúne más .
Miguel , algo turbado , observó los alegres y frondosos árboles . Después miró hacia la concurrencia de los niños menores que él y a los ojos atentos de Piedad y , en seguida , contestó : — Me parece muy bien . Yo me subiré a este mismo . — Y yo a este otro – replicó Paco a la vez que comenzaba a trepar con pasmosa agilidad .