Los nueve círculos-teaser | Page 25

36 Fernando de Villena
Lo cierto es que , muy al contrario de lo que nosotros hacíamos , mi abuela Fernanda , dueña de un alma bondadosa y sensible , salía todas las tardes de la primavera y el verano a su jardín y lo examinaba con atención para ver si algún pequeño vencejo o alguna golondrina habían caído víctimas del calor o de su torpeza . Los cogía y , amorosamente , con infinita paciencia , los alimentaba con miguitas de pan mojado en leche hasta que conseguían valerse por sí mismos .
En cuanto a mis primeros viajes , hay dos que me marcaron mucho . Recuerdo la noche en la que me dijeron que al día siguiente iríamos a ver el mar . Y en mis sueños ya apareció el mar , al que yo imaginaba hasta entonces como una gran piscina . Por la mañana , un taxi gigantesco vino a recogernos y allá que entramos todos los de la familia con Marcelina incluida . Y al poco de emprender viaje , me mareé y durante todo el trayecto , que duró más de tres horas , me sentí fatal . De hecho , no quise probar ni los pestiños ni alimento alguno cuando hicimos una parada en Vélez de Benaudalla . Los que sí me dejaron una fuerte impresión fueron los túneles que pasamos en nuestro recorrido . Aquello de meterse en el interior de una montaña no era cosa de juego . Ya en Motril nos acomodamos en un hostal con blancas

balaustradas y persianas verdes y , muy pronto , fuimos hasta la playa . El mar no me pareció entonces ni mucho menos como una piscina . Un terrible viento de poniente agitaba su verde superficie y ponía crestas de espuma en aquella inmensidad . Y , desde luego , daba pavor aproximarse al lugar donde las olas rompían con estruendo monstruoso .

Mi impresión fue hondísima , pero ante todo de respeto . No tardaría en amarlo apasionadamente , pero entonces ya nos hallábamos en otra década .
De aquellos días en la costa solo tengo otro recuerdo : el de una mañana en la que un chico agitanado y semidesnudo salió