Los nueve círculos-teaser | Page 15

26 Fernando de Villena
de los caseros para saludarlo con la mano , y él nos dirigía una tímida sonrisa .
En la plaza de Bib-rambla existían unos retretes públicos subterráneos a los que yo entré una sola vez en mi vida acompañado de mi padre . Pocos lugares he conocido tan repugnantes . El olor se notaba desde arriba y ello a pesar de las bolas de alcanfor que echaban en los mingitorios . En la puerta de los mismos , bajo una bombilla que apenas conseguía iluminar aquel antro , una anciana sentada en una silleta entregaba un mínimo trozo de papel El Elefante a quienes lo requerían , siempre a cambio de una perra gorda o dos . Sentí verdadera pena entonces al imaginar la triste existencia de aquella señora tan mayor en la maloliente semipenumbra . Y así iba descubriendo que la vida no era tan luminosa para unos como para otros .
Cierta noche , en Puerta Real , cuando regresábamos a casa , mis hermanos y yo nos quedamos como de piedra , embobados por completo al ver , de pie , conversando con una señora a un hombre totalmente negro . Nunca antes nos habíamos cruzado con otro , aunque Miguel aseguraba que él sí . Yo me pregunté entonces cómo habría venido desde la selva y quién le habría prestado aquellas ropas a la europea .
Aunque si de ropas hablo , quien más despertaba mi admiración en aquellos días era el portero del hotel Meliá , en la calle Ganivet , que , con una gorra de plato más bonita aún que la de mi padre , un gabán gigante con botones dorados y galones y un pantalón con franja amarilla , abría y cerraba las puertas a los clientes con gran solemnidad o acudía a llevarles las maletas sin perder un ápice de su arrogancia .
Cruzaban la ciudad los tranvías azules y amarillos , y una mañana , mamá , Marian , Javier y yo nos dirigimos a la casa de unas modistas que parecían vivir en el fin del mundo . Dejamos atrás la plaza del mercado y aquella tienda de ultramarinos con