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Los nueve círculos 23
que mamá nos prohibió aceptarla pues las condiciones de la vivienda de aquella mujer no resultaban nada higiénicas . Su domicilio era poco más de una habitación ventilada apenas por un ventanuco que se abría al patio . Y aquello le servía de dormitorio – donde crio media docena de hijos –, de cocina y de cuarto de estar . Y para hacer uso del retrete se veía obligada a cruzar el patio hasta el otro extremo , donde se hallaba , sin lavabo ni ducha ni nada parecido , en un recinto no superior a un metro cuadrado .
Mis padres solían comentar a menudo la cicatería del médico para con quienes se encontraban a su servicio , aunque procurando que los niños no nos enterásemos .
La casa situada a la izquierda de la nuestra pertenecía a doña Piedad de Sandoval , señora linajuda y pesadísima que se pasaba las horas comiendo pasteles . Ella explicaba que era una manera de compensar las muchas hambres que pasó durante la guerra civil , la cual , por azar , le había sorprendido en un cortijo de su propiedad en zona republicana . Su hija , ya madurita y muy grandona , con unos pechos como piedras de almazara , se casó con un hombrecillo pacífico y algo filósofo que dejaba correr su tiempo fumando un cigarro tras otro en la puerta de la calle . Intentó ser distribuidor de vinos , pero le faltaba la pericia y el don de palabra necesarios para situar la mercancía y acabó resignado a vivir modestamente a costa de la suegra . Uno de los hijos de este matrimonio , Paquito Molina , fue luego compañero mío en el colegio .
De cualquier modo , a nosotros apenas nos dejaban jugar fuera de casa para que no nos relacionásemos con los hijos de los tenderos y los repartidores . Mamá intentaba hacernos creer que eran demasiado brutos y podían hacernos daño , pero nosotros siempre observábamos con cierta envidia su libertad y su desparpajo .