Los nueve círculos-teaser | Page 11

22 Fernando de Villena
deleble . Nuestros recorridos habituales se resumían entonces a los que iban desde nuestro domicilio hasta el de la casa de nuestra abuela en el barrio de la Magdalena o hasta la catedral los domingos por la mañana . En aquella época no se entraba al colegio hasta los cuatro o cinco años .
De nuestros paseos por Granada me vienen a la memoria imágenes dispersas , pero muy vehementes como la de las reatas de burros cargados de arena y seguidos por hombres con largas varas que los golpeaba para que no se detuviesen . El olor del estiércol llenaba la calle y andábamos con gran cuidado , en zigzag a veces , a fin de no pisar todo aquello .
Cerca de nuestra casa vivían personajes de muy diversa condición : la primera casa a la derecha era la de don Basilio Castroviejo , médico muy pagado de sí mismo y nada simpático al que , sin embargo , no le faltaba la clientela . Su mujer tenía las mismas ínfulas y se relacionaban poco con el resto de los vecinos de la calle . Sus hijos eran mayores que yo , por lo cual apenas los traté . A pesar de esos aires que se daban , todo el barrio sabía que en aquella casa no se gastaba ni un céntimo de más . Los tenderos sonreían cuando sus criadas iban a comprar cincuenta gramos de queso o bajaban a la pescadería a la hora del cierre , cuando los restos eran vendidos muy baratos . Las mismas sirvientas no les duraban más de uno o dos meses , pues además de mal pagadas padecían hambres y humillaciones sin cuento , aunque , eso sí , iban siempre de cofia . Al frente de la portería del doctor se hallaba una viuda fisgona y placera muy amiga de cotilleos y maledicencias . A mí me producía cierto miedo pues sus trazas eran las de una bruja . Pudiera contar hasta setenta años y su rostro cercado por una cabellera rala y sucia estaba salpicado de verrugas . Pese a todo , siempre se mostró amabilísima con nosotros y cuando regresábamos de algún lugar , nos ofrecía agua en un jarrillo de hojalata , claro