La Consolidación de un imperio: 1898
El fin de siglo supuso a nivel mundial una nueva reorganización del espacio, proceso en el que las grandes potencias se repartieron las posesiones coloniales de los países menos favorecidos. Qué duda cabe que Estados Unidos fue una de las naciones más beneficiadas en el reparto. La sensación de frustración que reportó España en 1898, fue para Estados Unidos el comienzo de una nueva etapa imperialista, en la que la mayoría de los países admiten su soberanía. La política expansionista iniciada bajo la Doctrina Monroe en 1823 culminó en 1898 con el estallido de la guerra hispano-cubana, la anexión de Puerto Rico, de Guam y de Filipinas y la Enmienda Platt aplicada a Cuba en 1902.
Uno de los personajes exponentes de las nuevas concepciones imperialistas fue Alfred T. Mahan, capitán de Marina, para quien el éxito exterior y económico de Estados Unidos residía en el desarrollo de una fuerza naval. En su plan, Interés de los Estados Unidos en el Poder Naval, de 1897, se perfilaban diferentes campos de acción: control del Pacífico, supremacía en el Caribe, al que calificaba como “centro del poder naval” y dominio del canal de Panamá.
La marina sería la única fuerza capaz de contener el avance de los países del Pacífico, así como ser el medio de unión entre el Atlántico y el Pacífico.
En este ambiente el pretexto para la intervención no pudo ocurrir en un momento mejor. La explosión del Maine fue aprovechada por Estados Unidos para participar en el conflicto hispano-cubano, en el cual, al menos desde 1897, se había decidido hacerlo. En este sentido, tan sólo recordar que en la campaña electoral de 1896 el Partido Republicano había incluido en su programa como punto fuerte de su política exterior lograr la independencia de Cuba.