Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 99

— Que me cae muy bien, y creo que yo a él también. — Que le encantó lo que escribí en mi diario, y a mí que le encantara. — Que con un jueguecito infantil terminó conociendo mi teléfono, y casi me da un pasmo cuando escuché su voz. — Que del sexo cibernético, pasamos al erótico, envolvente y cálido polvo telefónico que pone de manifiesto el poder de los susurros y la erótica de una voz... — Que vinieron cuatro órdenes nuevas, y en concreto dos de ellas no me hicieron ninguna gracia. A saber: 1ª) No me puedo masturbar sin su permiso. ¡Ya estamos con el eterno asunto del «amor propio»! Grrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr. La verdad es que con esta orden que, para variar, me pareció arbitraria, no protesté mucho porque no soy muy ¿onanista? Aun así, ¡tiene delito la cosa! De todas formas, volvió a insistir con lo del periodo transitorio o «de doma», además de decirme que ÉL nunca consentirá que «su perra» pase hambre. En eso lleva razón. Cibernético o telefónico, me cae un polvo a diario, pero eso me confunde más: si no puedo hacerme pajas, ¿por qué no deja de incitarme y mandarme que me las haga, mientras me da las órdenes de ponte así, tócate allá, etc.? Supongo que querrá decir que yo no puedo tomar la iniciativa a la hora de masturbarme, pero que ÉL, en cambio, puede follarme e incitarme a la masturbación cada vez que le dé la gana... Además, y por el simple hecho de ser su sumisa y ÉL mi AMO, debo confiar en su lógica y su psicología, aunque no entienda nada de nada. En fin. Se supone que ninguna de las órdenes que me da son de esas que no tienen ni pies ni cabeza, pero no sé, la verdad. ÉL me ha pedido paciencia y yo insisto en lo de darle unos votos de confianza, pero con la condición de que pronto pueda entender el porqué de ir sin bragas, depilarme el coño, no poder masturbarme, o ese afán por controlar mis orgasmos, por ejemplo... Por cierto, parece que mi mente también quiere insistir en el hecho de que al principio y cuando nos conocimos, Sapiens me llamaba por mi nick, es decir, por Marta, aunque con nuestros coqueteos y guerras eróticas, mentales y dialécticas constantes, enseguida me transformé en «perrita», para pasar, justo desde que el miércoles le di aquel sí tan parecido al sí de una novia, a ser su «perra», «zorra» o «puta». Ya tengo claro que lo de puta o zorra es por ese rollo de la humillación que guardan los AMOS en sus cabezas casi como una obsesión, aunque todavía me sorprende observar hasta qué punto me equivoqué con lo de perra. ¡Qué inocente! Yo pensando que tendría relación