Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 9

hasta llegar a donde no sé si debo, o no debo, llegar. No, aún no he tenido tiempo de leer, porque esas rutinarias tareas que llevamos a cabo todos los viajeros con más o menos gracia me han mantenido muy ocupada: recorrer el tren en busca de mi vagón, atravesar la cafetería y, de paso, coger o robar la revista Paisajes, caminar entre las tripas del tren intentando localizar mi asiento, hacer el esfuerzo de elevar la maleta en el portaequipajes sin aniquilar la cabeza de nadie, quitarme el abrigo, sentarme, descorrer la cortina azul añil salpicada de minúsculos logotipos de Renfe estampados en amarillo ocre, ver con mirada absorta, si es que esto existe, cómo el tren va cogiendo poco a poco velocidad a medida que atraviesa y se va alejando de las horribles afueras de Madrid, y cómo mi mente navega entre somnolientos y variopintos pensamientos que parecen ir moviéndose y mutando al compás del movimiento del tren. Lo mejor, sin duda, ha sido comprobar que, de momento al menos, nadie me va a impedir dormir, pensar, moverme, levantarme, leer o poner el codo y estirar las piernas como me venga en gana porque, ¡y pienso cruzar los dedos!, no tengo ningún compañero en el asiento de la derecha. Es más: creo que seré mala a propósito y crearé una especie de extorsión visual gracias al bolso, el abrigo y varias revistas que pienso esparcir en el sillón vacío, para frenar a cualquier plasta que haga ademán de sentarse en él. Total, quedan un montón de sitios libres... Lo que de verdad me ha causado tensión pese a haber estado tan ocupada, ha sido ese horóscopo que, plantado en la última página, sí he leído. No distingo si lo he hecho por distracción, por la brevedad casi tipo telegrama del texto con la que está redactado cada signo del zodiaco, o con ánimo de encontrar esas señales que ando buscando; claro que también es posible que simplemente lo haya hecho porque, aunque muchas veces tengamos la desfachatez de negarlo hasta delante de la máquina de la verdad, a las mujeres nos suelen gustar estos cotilleos astrológicos que, irónicamente, rara vez son lógicos. Enseguida me ha hecho gracia que cada uno de los doce signos estuviese redactado con alusiones al mundo del ferrocarril, aunque también me han empachado esas reincidencias chirriantes, surgidas de la utilización abusiva de sustantivos como maleta, vía, billete, revisor, viaje, estación o equipaje. A ver, a ver... ¿Por dónde anda el mío? Aquí está: ¡Virgo! ¿Virgo? ¿Cómo que Virgo? ¡Socorro! Como por arte de magia me asalta la risa nerviosa, esa risilla que explota en momentos de descontrol y en situaciones inoportunas, tipo tanatorio, por ejemplo... ¿Pero cómo se me ocurre emprender esta aventura sexual siendo Virgo?, me digo intentando parar un carrusel de no sé qué. Pronto me tranquilizo pensando que, pese a no ser una experta en las cosillas de un erotismo normal, e incluso a pesar de no tener ni idea de eso que llaman