Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 78
haga en cuanto te vea.
—¡Grrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr!
Parece que la fase de luna llena se empeñó en llenarme de información, curiosidad
y una nueva chispa adictiva, que no era sino el poder encender el Messenger y
verificar que AMOSAPIENS estaba en línea, esperando a que yo me conectase.
Nunca ese letrero naranja avisador de que el otro usuario estaba conectado me
compensó y extasió tanto. Nada, en fin, pudo gratificarme más que ese casi
imperceptible sonidillo, parecido a un ding-dong, avisador de que Sapiens también
acababa de poner en marcha su Messenger. Porque a partir de entonces, lo demás
caía por su propio peso: comienzo de unas infinitas charlas sin voz que, a veces y
por supuesto salvando millones de kilómetros de distancia, se me antojaban tan
iniciáticas, apasionantes y extensas como los diálogos del gran maestro Sócrates
con su joven y curioso discípulo Platón.
¿Espectacular la fase de luna llena? Sí, espectacular por la obsesión de EL
MAESTRO de que era sumisa y no lo sabía ni yo; espectacular por recordarme
continuamente que estábamos hechos el uno para el otro y no para que uno
castrase y partiese al otro por la mitad, a través de la salvajada esa —según decía—
de la media naranja; espectacular por contarme su vida y cómo le había cambiado
por completo desde que descubrió el BDSM hacía ya años; espectacular por su afán
de convertirme en su sumisa cibernética y, quizás con el tiempo, hasta sumisa con
experiencia en el mundo real; espectacular por mostrarme sus secretos, su lado
más humano, su alma de hombre necesitado de su complemento; espectacular
cada vez que yo decía que no podía ofrecerle nada y él me aseguraba que tenía
todo lo que le faltaba a su vida; espectacular y paralizante cada vez que me
comentaba que lo único que quería era ¡llevarme al éxtasis! y, en definitiva,
espectacular por su personalidad apabullante y lejana de solitarios, acomplejados,
funcionarios aburridos, adúlteros y niñatos que pasaban las horas diciendo
tonterías en la sala de Amos y sumisas.
Lo cierto es que, del mismo modo que siempre me produjeron vértigo muchas
de sus frases, no dejé de pensar en ningún momento que había tenido mucha
suerte al encontrar a Sapiens:
—Un amo sin sumisa es como un jardín sin flores —me repitió una y otra vez por
aquel entonces.
—Bueno, sabes que me caes bien y te deseo suerte: espero que encuentres lo que
buscas.