Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 77

También pude ver la ternura de EL MAESTRO en su estatura media, aderezada con esos kilillos de más porque, sin querer y aunque casi pasaban inadvertidos, denotaban bondad, paciencia y ese cariño que más de una vez pude leer entre líneas en tantas y tantas frases. Eso sí, tras aquellas gafas redondas y de armadura moderna, se escondían unos ojos brillantes y oscuros que se me antojaron portadores de perfeccionismo, autoridad, precisión, belleza, gusto por la estética, minuciosidad y hasta posesividad y control al mismo tiempo. —Tienes una pinta de buena gente que no te la crees ni tú. Vamos, que si veo a este tío por la calle no me imagino yo que es un AMO en busca de sumisa —le comenté después de recibir su foto. —¿Y qué creías? ¿Que los AMOS llevamos un letrero en la frente? —Hombre, tanto como eso... —Vamos, nenita, ¿cuándo te vas a quitar la idea de la cabeza de que los AMOS y las sumisas somos unos tarados? —No, si yo... En fin... ¡Glups! Enésima plancha, AMO, acabas de aplastarme con la enésima plancha... En cuanto a mi foto, aún no sé si fui idiota o demasiado lista; el caso es que me parece lógico que cualquiera que va a enviar una, mande aquella en la que está más favorecido de entre las que tiene a mano. Y eso hice yo: enviarle la instantánea que me habían hecho unos amigos recientemente, queriendo dejar constancia de mi nuevo color de pelo. Lo cierto es que salí bastante guapa en esa foto, a pesar de que no soy nada fotogénica. Además, parecía tener cierto aire cosmopolita en ese primer plano en el que sólo se alcanzaba a ver un jersey de cuello alto, por supuesto negro, y en el que la sonrisa encorsetada en los labios pintados con un carmín entre rojo y marrón parecía llenar todo el plano junto al pelo largo, lacio y ligeramente rojizo, recogido en esa coleta muy alta que tanto me favorecía, en parte gracias a los grandes aros de plata que adornaban mis orejas... —¡Joder con mi sumi! —dijo cuando la recibió. —¿Ya estamos con lo de siempre? ¡Que no soy tu sumi! —Te juro que, sobre todo después de lo que estoy viendo, no te voy a dejar que no lo seas... ¡Estás para mojar pan, niña! —¿Ah sí? ¿Y qué vas a hacer? ¿Me vas a atar? —No lo dudes: atarte, vendarte los ojos y azotarte serán las primeras cosas que