Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 76
Capítulo
6
¿Quieres ser mi sumisa?
Como a cualquier tipo de relación que ya sobrepasa ciertos límites, a la nuestra
también le faltaba una nueva ilusión, una chispa o un impulso que, sólo unos días
después, conseguimos gracias al envío de fotos. Cuando pensaba fríamente que
había enviado mi foto a un desconocido que, para colmo, era un AMO que buscaba
sumisa, me echaba a temblar, además de reprobarme continuamente mi metedura
de pata. Menos mal que esta sensación de imbécil sólo llegaba a mí si analizaba la
situación con la fría razón o esa armadura que no deja entrar la vida y la chispa en
el corazón: el resto del tiempo, mi intuición, el corazón o cierto sexto sentido me
decían que había hecho bien porque el hecho de presentarnos físicamente había
añadido aún más morbo a esta historia. ¡Y eso que la morbosidad ya rebasaba unos
límites más que dignos!
Hasta el momento foto, le había dicho a Sapiens que me faltaban los dientes
delanteros, que era medio calva, que mi culo era enorme, celulítico y repleto de
cráteres lunares o que las tetas me llegaban a la cintura. ÉL, además de reírse, me
decía que no le importaba porque una sumisa o, en concreto, su sumisa, tenía que
ser mucho más que un cuerpo, ya que, al fin y al cabo, el acceso a un cuerpo, lo que
se dice a un cuerpo, hay quien lo consigue pagando en un momento dado. Para ÉL,
su sumi tenía que ser inteligente y saber complementar su personalidad con la de
su AMO, para así alcanzar juntos el éxtasis. La sumi, su sumi, debería disfrutar del
arte del BDSM en toda su magnitud y no sólo en la cama porque, precisamente, el
BDSM, en contra de lo que pensaba la mayoría de la gente, era una filosofía de
vida y no unos cuantos polvos revestidos de aparatos, cuero y una estética
determinada...
Debo reconocer que me gustó el aspecto de Sapiens y hasta me pareció que se
correspondía con lo que había podido conocer, o más bien intuir de y sobre él, a
través del Messenger. Cuando observé que AMOSAPIENS tenía el pelo ligeramente
canoso por esos —según me dijo— 48 años que, dicho sea de paso, me parecieron
muy atractivos, pensé que tenía la edad ideal para ser ese buen maestro, o mejor
dicho el MAESTRO, que tan paciente y brillantemente había ejercido su docencia
conmigo.