Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 69

embargo, la plena aceptación de esa intimidad erótica no me impedía seguir planteándome miles de cosas. Por ejemplo, ¿tanto vacío existiría en el mundo emocional de un AMO, que sólo ejerciendo autoridad, maltrato, humillación y subyugación a estos niveles y sobre otros, podía colmar aquellas lagunas? ¿Podría decirse que cuanto más cruel era un sádico, más complejos arrastraba? ¿Había sido una persona a quien habían maltratado en la infancia y por esta razón liberaba su rabia subyugando a su esclava? ¿Su trabajo le generaba tanta adrenalina y estrés que las relaciones «no sadomaso» le resultaban sosas? Un artificiero, por ejemplo, ¿después de desactivar una bomba necesitaba calmar aquella adrenalina con un látigo, porque no era capaz de equilibrar sus hormonas haciendo el amor como todo el mundo? ¿Las mazmorras del BDSM, el mundo sadomaso en sí y sobre todo este tipo de acuerdos resultaban tan ocultos precisamente por el temor de no ser comprendidos por los no sadomaso, al igual que ocurrió en su época con el marqués de Sade? ¿Aunque las relaciones BDSM habían existido siempre, no arrastraban también ese halo de misterio para evitar que recayese sobre quienes las practicaban la misma acusación de locura o libertinaje que condujo a Sade, primero a un psiquiátrico y, en sus últimos días, a la cárcel de la Bastilla? Y respecto a la esclava, ¿se sentiría tan culpable de algo, que sólo anulándose y sometiéndose así podía liberarse de su culpa? ¿Una jefa mandona, retorcida y déspota, equilibraba su tiranía laboral dejándose humillar y obedeciendo los mandatos de otros? ¿O una esclava era tan solitaria y vulnerable, que con tal de que alguien la tuviese en cuenta, aunque fuese a costa de consentir recibir malos tratos físicos y psíquicos, era capaz de aguantar todo eso y mucho más? Y si así fuera, ¿no parecía una especie de secta aquella unión sadomaso? ¡Qué rara era una esclava!, pensaba una y otra vez. Es más, ¿por qué querrá formar parte de una secta de uno? También me planteaba la opción de que todo podía ser un juego más o una fantasía que, aunque rebasaba casi todos los límites, no dejaba de ser un anhelo erótico que dos personas, en un momento dado, decidían hacer realidad a través de un acuerdo. Cuando elegía esta opción, me tranquilizaba si además leía otra de las reglas de oro que aludía expresamente a las fantasías como esclava: Si deseas satisfacer plenamente tus fantasías de esclava, debes concentrar todas tus energías, absolutamente todas, en adorar, complacer y obedecer ciegamente a tu Amo, tu único Dueño y Señor. La verdad es que lograba calmarme en momentos muy puntuales, pero la mayoría de las veces ni leyendo aquella estipulación que hacía referencia a una inocente y simple fantasía, conseguía serenidad por mucho tiempo. Más bien al contrario: analizar como una psicóloga de pacotilla aquel extremo del BDSM sólo me