Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 28
matrimonio, de la rutina de su cama y, sobre todo, de que su mujer no quisiera oír
nada que tuviera algo que ver con el mundo sadomaso. Nueva conclusión —de
entonces y de ahora—: salvando las distancias, claro está, con Internet y casi como
ha ocurrido toda la vida con los burdeles, algunos intentan llenar el vacío
producido en casa y acceder, aunque sólo sea con la imaginación, a lo que les
gustaría practicar en la intimidad de sus dormitorios. Cuestión ineludible —de
entonces y de ahora—: ¿era SR. DEL TEMPLE un adúltero cibernético en toda
regla? Respuesta —de entonces y de ahora—: ¡ni idea!, pero como dijo no sé quién,
¡ojalá que todos los cuernos que nos pusieran en la vida fueran cuernos de Internet!
Con carácter muy general y por ese paralelismo vital, casi todos los usuarios se
me antojaron esquizoides o enganchados a esta doble vida real-virtual, quizás
porque la ilusión de lo virtual servía para que lo real funcionase mejor, quizás
porque podían dejar salir y expansionar aspectos del ser que, en la vida cotidiana,
quedan ocultos por el temor al rechazo social, o quizás porque cualquiera podía ser
quien no era, con la paradoja de que acababa creyéndose su propio juego, como si
en realidad lo fuese. Sin embargo, otras veces, los chat-adictos me resultaban unos
fantásticos actores que ni siquiera tenían conciencia de que lo eran porque, al
menos durante el tiempo que duraba aquel rodaje, el personaje que interpretaban
invadía cada aspecto de sus vidas.
Aparte de esta lógica y divertida dualidad cibernética-real, existía otra dualidad
patológica o, para ser más exactos, una auténtica, manifiesta y desorbitada
esquizofrenia como la de LANDRO, que se conectaba con este nick en un
ordenador y con el de LANDRA en otro, para después insultar a sus propios
personajes y pasar todo el tiempo haciéndolos dialogar. ¡Qué locura! ¡Qué soledad
más grande! Creo que casi todos los usuarios descubrimos a LANDRO-A, claro
que tampoco era muy difícil seguir ese diálogo de besugos y compadecer al dueño
de unos ordenadores que, sin lugar a dudas, no hacía más que demostrar sus
traumas a través de aquellos delirios.
—LANDRO: Déjame en paz, Landra.
—LANDRA: Landro es maricón...
—LANDRO: Acéptame ya, joder: yo no tengo la culpa de ser así...
—LANDRA: No me gustan los maricones...
Dentro de mi particular estadística, no me costó incluir a NANCY, ESTRELLA o
MARA en el grupo de las funcionarias aburridas, porque utilizaban la sala del chat
para entretenerse hablando de fotocopias y hasta recetas de cocina, con