Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 22

obnubilado con el bullicio, la variedad de juegos y las luces de neón que envuelven el recinto. No comencé a reaccionar hasta bien pasadas aquellas cuarenta y ocho horas, aunque no comprendo por qué cuando pasé a la acción, en vez de dedicarme a otras cosas me dio por psicoanalizar, hacer mi propia estadística y excitarme creando grupos y subgrupos como si estuviera realizando una tesis doctoral e intentase averiguar el sexo, la edad, el trabajo y otros datos de las personas que accedían a la sala de Amos y sumisas. ¿Será posible? ¿Tan aburrida estaba? ¡Seré ilusa! Y listilla, prepotente y tonta. ¿Cómo no se me ocurrió pensar en la fábula sobre el cazador, cazado? ¿Cómo no tuve en cuenta que quien juega con fuego, se quema? ¿Hay mejor prueba de que me quemé que este tren con dirección a Oviedo que quiere colocarme en los brazos, el látigo y las artes de AMOSAPIENS? Comencé mi singular estudio descartando a algunos usuarios. Primera excepción: mi estadística no incluiría a los despistados y curiosos que aterrizaban en la sala de Amos y sumisas por azar, entre otras cosas porque cada vez que me disponía a contabilizarlos, ya habían salido del lugar. Segunda excepción: tampoco quise tener en cuenta esa publicidad que tanto me agobió, tipo ellos y ellas se buscan.com, o los inconfundibles anuncios que se cuelan en cualquier chat para embaucar con sus páginas a los usuarios de ese chat. Y tercera excepción: aunque en ningún momento me olvidé de su existencia, también opté por descartar a los que denominé sujetos infantiles y soeces, porque sólo entraban en el chat para volcar su adrenalina insultando a otros. Sí, es cierto que de esos cuarenta usuarios, al principio hacía mucha gracia ver cómo cinco o seis llenaban la pantalla escribiendo, sin venir a cuento, putassssssssssssssss, mariconesssssss, impotentessssssssssssssssssssssssss, pero después cansaba tanto que entre insulto e insulto desviaran la atención, que todo el mundo terminaba haciendo caso omiso de ellos a través de la tecla ignorer o la que, dicho sea de paso, tardé días en descubrir que permitía seguir chateando, sin ver las barbaridades del usuario al que se acaba de ignorar. Una vez descartado el trío «publicidad, despistados y soeces», me dispuse a realizar mi p \