Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 21
Capítulo
2
Lunas de chat
El chat caliente apareció en mi vida con la luna nueva. Es curioso, pero aquella
irrupción me resultó tan novedosa como cuando la pálida luna se muestra a través
de esa minúscula lámina en un cielo que, más que cielo, parece la inmensa nada.
Conscientemente al menos, no me atrevo a afirmar que mi vida tuviera lagunas,
vacíos o nada de nada, pero sí sé que el día que coloqué el ratón y pulsé el botón
izquierdo sobre la palabra chat, seleccionando después la Zona Caliente y, en
concreto, la sala de Amos y sumisas, esa atracción que sólo genera lo desconocido
me invadió de golpe, tal vez por el excitante impacto de haber descubierto algo
vibrante y tan adictivo que, inevitablemente y durante un tiempo, me iba a
conducir al juego, a la risa y a la estupefacción constante.
Amos y sumisas, Amos y sumisas, Amos y sumisas: ¡esto sí que es fuerte!, pensé.
Recuerdo que el primer día no daba abasto a leer todo lo que mostraba la pantalla
porque, además de unos cuarenta usuarios que a la velocidad de la luz no paraban
de hablar-teclear, debía contar con ese sinfín de mensajes privados que, en forma
de ventanitas que se abrían y cerraban superponiéndose unas a otras, me
acechaban sin parar con hermosos y sutiles saludos, tipo vamos perra: ponte a cuatro
patas; quiero tus nalgas a la vista que me está temblando la fusta; hoy nadie te librará de un
buen enculamiento.
Te follo, te enculo, te violo, hoy te azotaré, me la chupas, te masturbo... ¿Pero qué es
esto? ¿Dónde me he metido?, me pregunté una y mil veces ante los continuos y
desbordantes misiles que portaban aquellos mensajes privados. Menos mal que,
cuando me invadía la angustia, miraba la fila gris de arriba o la que, además de
informar sobre el número de usuarios, me indicaba en todo momento que la
pantalla de mi PC no era sino la puerta de la sala privada de Amos y sumisas.
Sin dejar de ser una presa fácil del estupor, durante los dos primeros días me
limité, como buenamente pude, a pulsar la cruz de las ventanillas para cerrarlas y
así poder estar al tanto de lo que se cocía en la sala. Y sí, ya sé que ahora es mucho
más fácil analizar todo aquello, pero entonces, cuando era imposible racionalizar
por la fascinación del descubrimiento, creo que todo tuvo que parecerme igual de
impactante que a la niña que intenta conocer a sus compañeros y el resto de
matices, colores, sabores y aspectos de su primer día de colegio, o como si un
ludópata, que aún no sabe que lo es, acude por primera vez a un casino y se queda