Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 188

—No, Marta, retorcidos no: intensos, complejos y completos sí. ¡El éxtasis se merece un viaje por todas las emociones humanas y el dolor es de las más profundas!, ¿no? Dos ideas se agolparon en mi cabeza: me pareció que Plutón y su guardián de los tesoros del infierno había decidido regalármelos, quizás como premio por no haberme bajado de un Talgo Madrid-Oviedo y haberme atrevido, sin entender por qué, a acercarme un poquito al mundo BDSM de la mano de AMOSAPIENS. Pero el mayor de los tesoros, sin duda, era poder entender, ¡por fin!, el milagro del Bondage, la Dominación, el Sadismo y el Masoquismo, hasta el punto de que la conclusión a la que unos minutos antes había llegado a través de tanta y tanta experiencia extrema ya parecía vivir en mí: Todo forma parte de un viaje al éxtasis, incluyendo las diferentes paradas por el lado doloroso de la vida que, en vez de negarse como si no existiera, debería incitarnos a hacer un alto en esa punzante parte del recorrido, por el simple hecho de existir. Aprender a disfrutar del dolor es un fragmento importante del camino, y aceptar este hecho no es sino una ventana de luz que sirve para que AMO y sumisa se comuniquen en busca de la virtud, poniendo al servicio del ARTE BDSM una complicidad milagrosa, una simbiosis mágica y una religiosa entrega, tan grandiosa como mística. Otra vez se me cerraban los ojos, aunque no por sueño y sí por una serie de sensaciones que, como el sol de la tarde, me incitaban a bajar los párpados. Sapiens se tumbó a mi lado y cogiéndome de la mano los cerró también, aunque al poco tiempo escuché que se levantaba y salía de la habitación. No me moví. Ni siquiera cuando la puerta volvió a abrirse y mi AMO apareció con una botella de cava, dos copas y dos paquetes que desembaló cuidadosamente, mostrando, el primero de ellos, unos apetitosos pantomacas, y el segundo, dos sabrosas y dulces cremas catalanas. —¡Hummmmmmmmmmmmmmm! Creo que me sentarían más que bien esos platos típicos —comenté con la boca hecha agua, provocando la sonrisa de Sapiens. Me incorporé, comí jamón serrano con tomate y pan bañado en aceite de oliva y hasta reviví cuando el azúcar de la crema catalana entraba por mi estómago junto con el buenísimo cava. El problema es que Sapiens también debió de revivir con aquellos manjares. Al menos eso me pareció cuando observé que ya no me daba más tregua porque, decidido y sin siquiera dejar que terminase el último sorbo de cava, optó por