Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 179

Ella me abrazó también y al ritmo de mis casi imperceptibles quejidos, comenzó a darme besos por cada herida y por cada rastro de látigo que había pasado por mi espalda como un relámpago certero. Eché las manos hacia atrás intentando dar con ella, cogerla y así poder tenerla delante para besarla, porque eso fue lo único que me apeteció hacer cuando conseguí mi propósito: reposar mi cabeza en su hombro, abrazarla, besarla, acariciarle los cabellos, lamerle los lóbulos de las orejas, tocarle unos hermosos, turgentes y redondos senos, para terminar jugando con su sexo húmedo, con ánimo de seguir humedeciéndolo más y más. Nos besamos, nos acariciamos, nos masturbamos las dos, despertando unos orgasmos suaves que se acompañaban de esos susurros que, seguramente, estarían calentando más que una estufa a unos AMOS que estarían divisando la escena en algún rincón de la lúgubre cueva. Nuestra complicidad debió de despertar la envidia del diablo pelirrojo porque rompió violentamente nuestro tímido éxtasis, agarrando a Amélie del pelo y llevándola a la fuerza hacia una mesa sobre la que la obligó a flexionarse horizontalmente, haciéndola reposar la cabeza y los brazos en el tablero. Después se dirigió a mí: —Vamos, zona: haz lo que un AMA tiene que hacer —me increpó autoritariamente, poniendo en mis manos una fusta. —¿Zona? No te entiendo... —¿No entiendes? ¡Jajajajajaja! ¡Vamos! ¡Azótala! ¿O tú no eras AMA-zona? ¡Jajajajajajaja! Pese a la incomodidad de tenerla reposada sobre la mesa, el ángel giró la cabeza, creo que con ánimo de hacerme un gesto de asentimiento y de: ¡Adelante, por favor, pégame!, no te preocupes por mí: me encanta que me hagas esto. ¡La fusta me asusta!, recordé cómo le dije una vez a Sapiens, cuando me insinuó que algún día tendría que acudir al sex shop para comprar una. ¡Socorro, la fusta!, ¡pero si yo siempre dije de broma lo de AMA-zona y Barbie BDSM! ¡Quiero irme!, ¿qué hago aquí si ni quiero, ni me siento capaz de pegar a nadie? ¡Y menos a un ángel! Fue inmedible el nivel de angustia que me invadió, cuando noté entre mis manos ese artilugio que sólo había utilizado, por cierto muy torpemente, una vez; en concreto, cuando con un grupo de amigos, Pedro y yo hicimos una excursión a caballo por un bucólico paisaje y me tocó montar un percherón tan vago, que tuvieron que dejarme una fusta para conseguir que esa mole equina se moviera de vez en cuando, y no retrasase el trotecillo novato del grupo... ¡Es increíble la cantidad de registros que todos llevamos dentro! ¿Quién dijo que