Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 177

—¿Y a ti qué más te da? ¿No sería sólo para mí? —Sólo si yo te lo autorizase puedo darte permiso para disfrutar sesiones a solas con otra sumisa o sesiones conmigo delante. —Ya, claro, y me imagino que sería lo segundo, ¿verdad? —Sí. Me encantaría ver cómo te folla o cómo te la follas tú. ¡Me muero de morbo! —¿Tantas vueltas para esto? Mira, Sapiens, tú, como todos los tíos, sólo quieres ver cómo se enrollan dos mujeres... ¡Haberlo dicho sin excusas de BDSM! —Es cierto, pero no olvides que aquí también se utilizan los juguetes... —¿Y cómo los consigues? ¿Se los pides a los reyes todos los años? A Baltasar, supongo, porque «el negro» es el color del BDSM... Venga, AMO, que te ayudo a escribir la carta del próximo año: Querido Baltasar: mi AMO quiere unas esposas de Famosa, un látigo de Playmóbil y una fusta de Toy-saras... ¡Ya te vale, AMO, ya te vale! De acuerdo, había dicho una y mil veces que no me gustaban las mujeres, pero además de nada, ¿qué pasaba si acababa de cambiar de opinión? ¿Y si por fin mi vida no era un desperdicio porque el mundo era yin y también yang, y ya no tenía que elegir entre Jane y Tarzán? En cualquier caso, Amélie no me parecía una mujer, sino un ángel que empezaba a darme mordisquitos en el clítoris y a lamer mi vagina con ternura y lujuria a la vez, despertando esos jadeos tímidos que salían por mi boca. Mi cueva estaba cada vez más húmeda, no sé si por efecto de la saliva o ya de otras cosas, y deseé con fervor que alguien me bajara de allí para corresponder con mi lengua y mis caricias los gestos eróticos de Amélie. Pero nadie me bajó, quizás porque al igual que la noche anterior, mis súplicas o no podían ser escuchadas por quien podía hacerlas realidad, o bien, y precisamente por suplicar, aunque fuera internamente, me negaban lo que estaba deseando en cada momento con todas mis fuerzas. Con esta actitud de recelo, creo que mi inconsciente también resolvió una recurrente, antigua y rocambolesca duda: definitivamente, si a una sumisa le encanta, por ejemplo, que le acaricien el clítoris, el AMO que quiere darle placer hará cualquier cosa excepto acariciárselo porque la humillación, la dominación y hasta cierto despotismo priman en BDSM sobre el placer fácil. Es más. No sólo no me bajaron de allí, sino que cuando me relajé y abandoné al placer de esas caricias y ese maravilloso cunnilingus, que un ángel me estaba regalando sin que supiera por qué, el demonio pelirrojo, a traición, me propinó un golpe rápido y como de culebra que cayó en mi espalda y mis nalgas. Grité, me