Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 175
un lado, indicaba a su Amo que estaba excitada y deseaba sexo, sin que ello
significase, como expresamente constaba en el texto, que el Amo tuviese que
atender tales demandas.
No dejé de mirar a Amélie, pero logré apartar por fin de mi cabeza aquella
gimnasia BDSM, pensando que ese ángel tenía un cuerpo perfecto. Es más, aunque
se diga por ahí que los ángeles no tienen sexo, Amélie me parecía un ángel
bellísimo que, como yo, también tenía el sexo depilado.
No sé si entre Justiciero y Amélie hubo más chasquidos, palmadas o miradas
delatoras e indicadoras de lo que ocurrió después. Sólo sé que la escena cambió
completamente cuando el ángel se posó frente a mí, agarró mis piernas al tiempo
que echaba el cuello hacia atrás con ánimo de poder encontrarse con mis ojos, para
terminar mirándome con un gesto de ternura que me conmovió.
Sapiens, que observaba la estampa sin inmutarse ni participar en nada,
pronunció de las pocas palabras que, prácticamente, le escuché decir en toda la
noche:
—Fíjate bien en lo que hace ella. Puede que algún día tú debas hacer lo mismo con
otra perra como tú, igual que a ella, hace tiempo, también le hizo algo parecido
otra esclava.
Ahora sí entendí, o más bien intuí, lo que estaba pasando. Definitivamente, «el
ángel» era la esclava oficial de Justiciero, y conmigo estaba cumpliendo una de sus
órdenes; en concreto, algún mandato relacionado con este rito que parecía
transmitirse de una esclava a otra, si sus AMOS así lo ordenaban. Al menos me
vino esta explicación a la cabeza, cuando la extraña situación me recordó, de
nuevo,