Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 174
el mejor sustantivo que podría describir el nivel de respeto y obediencia que una
sumisa demostraba y tenía para con su Dueño. Por no hablar, claro está, del
adiestramiento que un AMO podría lograr con respecto a su esclava que,
sorprendentemente, acataba las órdenes dadas a través de extraños gestos y como
si, en vez de una persona, fuese un animal.
¿Podía pensar lo contrario si Amélie, además de aparecer cabizbaja y sin mirar a
Justiciero a los ojos, se quitó la vaporosa y casi transparente túnica blanca, justo
cuando su AMO chascó los dedos? Por otro lado, ¿cómo no asociar y recordar a
través de esa señal, otro de los famosos archivos que me escandalizaron en su día?
En particular, el titulado El arte de la entrega y, más concretamente, aquel párrafo
que mostraba cómo una esclava debía reaccionar ante ciertos indicios como
palmadas y chasquidos, del mismo modo que un perro bien domado obedecía,
saltaba, buscaba, se sentaba, dejaba de ladrar y hasta traía entre sus fauces las
zapatillas de su dueño, tras la respectiva orden y correlativo gesto de aquél:
La esclava o sumisa debe aprender a expresar con su cuerpo su sometimiento total al Amo,
su pertenencia a su dueño, su humildad y permanente disponibilidad para ser usada. Para
ayudarla en dicho aprendizaje, es importante que sea entrenada en adoptar determinadas
posiciones corporales, correspondiendo al tipo de situación en la que se encuentre.
Creo que fue inevitable recordar esa información que, por otro lado, era de las
pocas que aterrizaron en mi PC acompañada de dibujos ilustrativos de su texto.
Por cierto, un texto que, al estar escrito completamente en negrita, parecía hacer
especial hincapié en una frase que siempre me dejó boquiabierta:
Con tan sólo unos chasquidos y unas palmadas, puede disponerse de la esclava tanto para
infligirle castigos corporales como para utilizarla sexualmente.
Ocho posturas diferentes mostraban aquellas estampas pero, sin duda, la actitud
de Amélie era un claro reflejo de la primera o la que, según su pie de foto, debía
utilizarse para las situaciones en las que la sumisa debía oír algo de su Dueño o
prestarle atención visual, pese a que, irónicamente, no permitía, ¡bajo ningún
concepto!, mirar al AMO a los ojos. Además, y al igual que Amélie, en la foto
también la esclava se presentaba desnuda, de pie ante su Dueño y con las piernas
ligeramente abiertas.
En cambio, posturas más complejas, asimismo surgidas de palmadas y
chasquidos, se utilizaban para otro tipo de prestaciones: servir oralmente al Amo, no
oponer resistencia a ninguno de sus mandatos, facilitar la inspección de los
genitales, recibir azotes en nalgas y espalda, ser utilizada sexualmente, y aquella
pose en la que la esclava, a cuatro patas y tras mover ligeramente las nalgas hacia