Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 173

instrumentos de tortura como los de las fotos de la barra, aunque esta vez eran reales. Delante de mí podía ver un potro, cadenas enormes, poleas de hierro suspendidas en distintas alturas, una silla con torniquetes espectaculares y otro tipo de artilugios que no había visto en mi vida. Me asusté de verdad, sobre todo cuando por sorpresa Justiciero se puso detrás de mí para sujetarme con fuerza los brazos, hasta conseguir que los juntara delante del cuerpo. Me resistí, pataleé al aire, y hasta le aticé más de una patada en las piernas o en sitios peores, acompañada de unos insultos que, automáticamente, causaron pavor en el rostro de Amélie: —¡Suéltame ahora mismo, gilipollas! —¿Ah, sí, puta? ¿Conque gilipollas, eh? —respondió aquel hombre que, quizás motivado por el insulto, me apretó con tanta fuerza los brazos que hasta llegué a creer que me los podría romper—. Veremos si dentro de un minuto te atreves a decir lo mismo. Sapiens aprovechó mi posición de indefensión para amarrarme las muñecas con las argollas que colgaban de una cuerda que, a su vez y debido a un curioso efecto óptico, parecía nacer del mismo techo. Después, aunque ya no pu de distinguirlo muy bien, me pareció que presionaba una especie de palanca que servía para tensar despacio aquellas cuerdas y elevarme los brazos por delante del cuerpo, hasta conseguir dejarme completamente suspendida en el aire. Sentí pavor, grité y pataleé de nuevo a la nada sin dejar de insultar, pedir o exigir que me bajaran de allí. Odié a Sapiens con todas mis fuerzas y le dediqué una mirada más que furiosa, pero la cara de bondad y a la vez de autoridad de EL MAESTRO sólo me hizo recordar nuestra complicidad y la advertencia de sus últimas palabras: Necesito que, pase lo que pase, veas lo que veas y oigas lo que oigas, confíes en mí en todo momento. Entonces me tranquilicé. Sólo por un momento, pero me tranquilicé, pese a estar indefensa, suspendida en el aire y con un demonio Justiciero merodeando alrededor. Me pareció que ante una especie de chasquido casi imperceptible de dedos, Justiciero avisaba a Amélie de alguna cosa porque coincidió que aquel ángel, al toque del pelirrojo, se quitó la túnica blanca y se presentó completamente desnuda y con la cabeza baja frente a su AMO. ¡Increíble! Es cierto que Sapiens me había repetido una y mil veces que «perra» era sinónimo de estar siempre caliente y dispuesta para el AMO, pero para mí, en ese instante en el que acababa de observar perpleja la actitud de Amélie, «perra» era