Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 170

tiraban con fuerza sus AMOS, únicamente vestidos, por cierto, con minúsculos tangas y antifaces de cuero negro. No sé si Sapiens se dio cuenta o no, pero sentí que los ojos se me iban a salir de las órbitas, igual que a esos asquerosillos bichos cazainsectos que muestran los documentales de La 2, solidarios, sin duda, con nuestra latina necesidad de echar un sueñecito después de comer. ¡Y no era para menos! Porque además de las fotos de las torturas, las mujeres del collar y los que tapados con un extraño antifaz tiraban de él, junto a la estantería en donde se exhibían todo tipo de bebidas alcohólicas, leí un letrero que me dejó aún más perpleja: SE ALQUILAN MAZMORRAS. Interesados preguntar en la barra o llamar al 658309877 ¿Mazmorras? Sabía que en este mundo consumista se vende y se alquila casi todo: pisos, ropa, apartados de correos, juguetes, disfraces, vajillas y prácticamente cualquier cosa, pero mazmorras, lo que se dice mazmorras, ¡no! ¡Socorro! Creo que intenté distraerme a propósito del escabroso tema alquiler de la mazmorra porque irremediablemente un ánimo agobiante y agobiado, tipo Conde de Montecristo o Fuga de Alcatraz, se estaba apoderando de mí... ¿Habría algo que pudiese desconcertarme más que el alquiler de la mazmorra?, pensé. Al instante, yo sola, sin necesidad de preguntar ni hablar con nadie, me respondí afirmativamente cuando sentí que la sorpresa por la decoración del lugar fue nimia, comparada con ese pequeño escenario, situado a la derecha de la barra, en el que una mujer altísima en parte gracias a unos interminables zapatos de aguja y vestida sólo con un tanga de látex azotaba con fuerza a un japonés. Pese a la difícil posición, aquel hombre, que estaba completamente desnudo y caído de bruces en el suelo, parecía mostrar con orgullo tanto su espalda marcada por un látigo, como ese trasero por el que su autoritaria y déspota AMA le daba patadas sin piedad, para deleite de ambos. ¿Sorpresa? No, sorpresa no fue exactamente lo que sentí, aunque tampoco encontré una palabra que pudiese describir la turbación y la estupefacción que me producían, no sé si aquellas escenas o la indolencia de cuantos charlaban, tomaban sus copas o deambulaban por allí, como si viesen y viviesen esas realidades con la misma asiduidad que un plúmbeo y repetitivo programa de televisión... ((0