Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 162

en mis doloridas nalgas, secar el pelo, ponerme cómoda gracias a mis eternos pantalones vaqueros, acompañarlos de una camisa y unas botas rojas tan urbanas como cómodas, pintar mis labios con ese armatoste que nunca dura nada, aunque la publicidad televisiva insista en la mentira de que el pintalabios es un inseparable compañero de la boca, rociarme de colonia fresca, peinarme con esas dos coletas bajas y ligeramente onduladas que sobrepasaban mis hombros llegando casi hasta los pechos, y coronar esta imagen desenfadada con la gorra de cuadros en tonos rojos que combinaba a la perfección con mi nuevo color de pelo, y que tanto me gusta usar en esas mañanas en las que la gran ciudad exige rapidez y versatilidad. A las once y veinticinco bajé al vestíbulo del hotel, y vi que Sapiens estaba saldando la cuenta en la recepción. Evitando la indiscreción, no quise acercarme, pero me encantó que cuando me vio de lejos, mi AMO me guiñase un ojo. ¡Bufff! Volvió a darme un vuelco el corazón porque, sin duda, de día también me gustaba mucho ese hombre que, hoy por la mañana, había decidido vestirse con unos vaqueros gastados, sus zapatos de cuero negro con los calcetines también negros y, para variar, una camiseta de manga corta del eterno color cucaracha, que le quedaba de maravilla bajo su chaqueta de hilo del tono de siempre. Por cierto, había sustituido la enorme maleta de anoche por otra exactamente igual, pero de tamaño fin de semana. Esas cosas pasan: hay veces que la noche, con el alcohol y la desinhibición que proporciona la oscuridad, hace que todos los gatos parezcan pardos, pero no..., en mi caso no fue así: primero porque, salvo el vino que nos regalamos después de que Sapiens y yo estuviésemos «encantados de conocernos», no bebí alcohol, y segundo, porque ahora, en una mañana en la que Oviedo había querido mostrar su sol más radiante, sentí que Sapiens me gustaba igual o más que ayer, sobre todo cuando lo vi acercarse una vez que le devolvieron la tarjeta de crédito, y rodeó mi cintura al tiempo que me daba un beso en la mejilla: —Hummmmmmmmm. ¿Está preparada mi bella perrita? —me preguntó, sonriente y bromista al tiempo que me bajaba la visera de la gorra. —¿Para qué? —Para todo. No me atreví a contestar a ese «para todo»; tampoco a preguntar hacia dónde nos dirigiríamos o para qué nos desplazábamos, quizás porque intuí que, aunque lo preguntase, Sapiens no iba a tener la delicadeza de responderme. Subimos al coche negro del AMO del norte y me sorprendí riendo sola, quizás