Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 157
posando la brocha por cada rincón de mi sexo, extendiéndola y hasta haciéndome
unas cosquillas más que sospechosas, tuvo lugar el rasurado. Mi AMO cogió con la
mano derecha una cuchilla de usar y tirar, pero no dudó en utilizar la izquierda
para acariciar y masturbar la misma parte del cuerpo que acababa de enjabonar.
Me excité con la depilación casi más que con la larga secuencia que habíamos
vivido antes de cenar. Porque Sapiens se detenía en cada rastro que dibujaba la
maquinilla sobre mi pubis, tanto como se detenía en la presión de mi clítoris con su
pulgar o en la penetración de mi vagina con los dedos índice y corazón que, a
modo de brújulas, hurgaban por ese túnel cálido, y cada vez más húmedo, en
busca de un punto que lleva por nombre la letra G. Los suspiros, rebeldes y ya
descontrolados de nuevo, se volvían a escapar de mi boca cuando, sin sacarlos del
coño, mi AMO presionaba los dedos como queriendo atraerlos hacia sí, o cuando
me propiciaba, y no sé si queriendo o sin querer, unos casi imperceptibles cortes en
el monte de Venus al dibujar pequeños puntos de sangre, artísticamente mezclada
después con el jabón. Volví a desear con todas mis fuerzas que AMOSAPIENS me
follara con todas las suyas, y la verdad es que en el momento que se levantó y
acudió al baño a tirar el agua jabonosa de la palangana, pensé que, ¡por fin!, Santa
Lujuria, San Orgasmo, o quienquiera que fuese, había escuchado mis súplicas.
Sapiens volvió del aseo con agua limpia que, cuidadosamente, echó sobre mi
nuevo sexo de aspecto juvenil, pero secándolo después, con minuciosidad de
madre preocupada por el culito de su bebé. Al instante siguiente me quitó las
esposas, me agarró las manos levantándome con ímpetu de la cama, y me sujetó
mientras me besaba desesperadamente una y otra vez, para terminar el que fue su
último beso con otro giro espectacular:
—¡Date la vuelta, perra! Y ponte a cuatro patas.
—Sí, AMO —contesté sin que ÉL pudiera ver cómo me relamía, sólo de pensar
en lo que podría ocurrir con aquella postura.
La polla dura de Sapiens entró en mi vagina que, más que hambrienta, parecía
bulímica de ella. Fue de golpe, sin piedad y con esa brusquedad que nos gusta a las
mujeres cuando la ternura y un extenso calentamiento previo han dado paso al
deseo de un erotismo violento. Sentí cada sacudida y cada embestida de Sapiens en
lo más profundo de mí, y mi placer, generoso, quiso regalar a mi AMO todos mis
líquidos para deleitarlo a ÉL y a su miembro con un íntimo brindis.
Más, más y más... Cada vez más brusco, cada vez más fuerte, cada vez más
profundo... Tanto que mis susurros se convirtieron en jadeos ordinarios, y hasta en