Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 155
polla erecta y, sobre todo, los preciosos y preciados jadeos que salían por la boca
del AMO del norte, me llevaban a venerar internamente el sexo de aquel hombre y
desear con fervor de novena religiosa que me follara pronto, muy pronto. Pero no
lo hizo: parecía que Sapiens alargaba lo que mi cuerpo pedía a gritos desde hacía
tiempo, disfrutaba negándomelo o estaba aplicando aquella máxima de impedir
que la sumisa se corriese sin el permiso expreso del AMO.
De repente, Sapiens cogió mi mano y la situó en mi coño para que me hiciera
una paja, cuyo orgasmo final, precedido de unos jadeos que tendrían que haberse
escuchado en todas las plantas del hotel, coincidió con la que él, sin quitarme la
venda de los ojos, se hizo tras sacar la polla de mi boca para terminar eyaculando
sobre mi pecho. Sólo pude pensar una cosa tras los chorros de semen caliente que
me regaron como si fuera una planta ansiosa de agua: me sentía tan sumamente
bien que, a partir de ese momento, yo también agradecería infinitamente a ese
AMO y Señor cada uno de sus desprecios, de sus castigos, de sus humillaciones y de sus
azotes, porque todo eran etapas de un camino que me conduciría hacia la virtud.
AMOSAPIENS me quitó la venda de los ojos y se tumbó a mi lado sin dejar de
observarme emocionado, y pleno de ternura. Durante un tiempo estuvimos
besándonos y mirándonos sin pronunciar palabra, sin reconocer la evidencia, sin
poner etiquetas de AMOS o AMAS, y sin dejar de sonreír por esa complicidad que
«en la vida real» acababa de multiplicarse, respecto de la que ya intuimos cuando
nuestra relación sólo era cibernética, primero y, telefónica, después.
—Mi sumi está hermosísima y llena de luz.
—Gracias, AMO: ¡tú sí que estás hermoso!
—¡Tengo un hambre atroz! —dijo Sapiens, interrumpiendo aquella escena
romántica con asuntos relacionados con la intendencia del estómago—. ¿Pedimos
algo? El servicio de habitaciones funciona también por la noche, aunque a estas
horas seguro que sólo nos pueden servir cosas frías. ¿Qué te parece?
—¡Estupendo! ¿Qué tal una copita de vino, AMO?
—Hummmmmmmmmmm. ¡Hecho, perrita!
Fui al baño mientras Sapiens hizo la llamada de rigor, y el hecho de ver en el
espejo mis nalgas rojas como tomates, lejos de molestarme, se me antojó como el
trofeo y la prueba de mi lujuriosa noche loca y desenfrenado sexo, repleto de esos
«pelos y señales» que a