Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 153

los dedos en la boca, extraer saliva y dibujarme cálidas y artísticas líneas sobre los labios, agarrarme del pelo y presionar mi nuca para hacer que me inclinase sobre la cama, meter su mano bajo mi tanga para presionar con sus dedos el coño, y hasta la entrada del ano, arrancarme con furia ese tanga negro que había comprado al mediodía en la lencería local, regalarme, mientras seguía en esta posición de indefensión, unos manotazos en el trasero, ya desposeído de mi falda vaquera y la minúscula ropa interior, que iban a dejar la palma de su mano dibujada en mi nalga, presionar mi espalda con una mano para impedirme izarla, al tiempo que, con la otra, hábil y rápido, se desabrochó el cinturón, lo sacó de sus pantalones y empezó, para mi sorpresa no sorprendida demasiado si es que eso existe, a atizarme unos latigazos que no hacían sino ponerme cada vez más y más cachonda, pese a que el maldito cuero picaba, escocía y me dolía más que nada. —¿Te gusta lo que te hago? —preguntó un rabioso y excitado Sapiens. —................................. —Vamos, responde: ¿te gusta esto, perrita? —Sí —dije retraída. —Eres una maleducada y tengo que castigarte mucho para que aprendas —dijo Sapiens al tiempo que me golpeaba con el cinturón más y más fuerte—. Debes decirme: Sí, AMO. Gracias, AMO. Por favor, sigue así, AMO. ¡Vamos, zorra!, di lo que debes decir. —................................. —¡Vamos, contesta! —Sí, AMO —contesté tímidamente. —¿Cómo has dicho? Vamos, perra: ruégale a tu AMO lo que tu coño y tus nalgas te están pidiendo a gritos. Las sensaciones me resultaron tan fuertes que mi castradora cabeza no encontró ni siquiera un momento para hacer de las suyas y analizar o pensar. Sólo sé que me asombré cuando me vi solicitando más y más latigazos, o pidién dole permiso a Sapiens para comerme su polla, o rogándole desesperada que me follara sin piedad, al tiempo que de nuevo recordaba, y ¡por fin entendía!, una de las principales 55 reglas de oro de una esclava, que antaño me produjo rechazo y ahora, al menos en ese preciso instante, parecía estar escrita a mi medida: El poder y la autoridad de tu Amo y Señor te infunden temor y respeto. Su sabiduría y su perverso refinamiento te fascinan. Estás orgullosa de pertenecerle y tu máxima satisfacción