Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 152
no aguantaba mucho más. Por cierto, el espejo del artefacto corroboró que no me
había equivocado nada de nada, pensando que mi pintalabios rojo de larga
duración había pasado a mejor vida.
Tres toques con los nudillos y «¡alguien!» abrió la puerta de la que, se supone,
era «¡mi habitación!». Y digo «se supone» porque el ambiente era tan lúgubre que
no pude reconocer ese cuarto, ni la cara de ese portero de noche llamado Sapiens,
aunque tenía tanta prisa por pasar al baño, que no me perdí en análisis absurdos
sobre el porqué de ese ambiente tétrico. Allí, en ese reducto en donde aún
quedaban restos de espuma en la bañera que sólo unas horas antes me había
relajado tanto, me fumé tranquila un cigarro antes de volver a poner en marcha
mis trucos de mujer, tras la necesaria y liberadora micción: lavado a conciencia de
mis partes íntimas, cepillado de dientes con dentífrico líquido mentolado, un toque
de pintalabios de larga duración que no duraba nada, cepillado del pelo,
colocación del sujetador de encaje negro que Sapiens me había subido por encima
de las tetas y, sobre todo, desodorante y colonia refrescante sobre el cuello y las
muñecas.
Asustada, expectante, tímida y resuelta a la vez, por fin me decidí a salir del
baño, animada quizás por el hilo musical del hotel que Sapiens había activado,
para deleitarme con envolventes, románticas y grandiosas óperas, cuyo volumen
subía preocupantemente con los solos, cada vez más agudos, de una conocida
soprano.
¡Increíble! Casi me echo a llorar cuando vi que la oscuridad de mi habitación
había dado paso a un ambiente cálido y medio sacrílego y eclesiástico, por ese
sinfín de enormes cirios beige que estaban repartidos por todo el cuarto y que, de
soslayo, hasta me permitieron ver la maleta negra de Sapiens, medio abierta en un
rincón. La maravillosa música unida al gesto de las velas me conmovió tanto que,
otra vez impulsivamente, abracé a Sapiens y comencé a besarlo por el cuello, la
cara, los labios y el interior de cada diente y encía de su boca, buscando
encontrarme con su lengua con ánimo de no separarme de ella en toda la noche...
Sapiens también me correspondió con su lengua, lamiendo, y mordiendo
después, cada trocito de piel que encontraba libre de ropa. Pero EL MAESTRO fue
mucho más generoso en lo que respecta a la utilización de las manos, porque no
tardó ni un segundo en subirme la minifalda y apretarme las nalgas, abrir con furia
mi camisa rompiendo los botones para no tener que molestarse en sacarlos del ojal
correspondiente, apretarme las tetas sin perder tiempo en acariciarlas, pellizcarme
los pezones con una presión que me llevó a quejarme de dolor y de placer más de
una vez, darme la vuelta, abrazarme por detrás y como en la barra del bar del
centro, restregarme su polla aún protegida por los pantalones vaqueros, meterme